Me visita un amigo para pedirme que le amplíe lo que realmente quise decir –en artículo publicado en LaNación– cuando expresé: “es sabiduría tratar de vivir alegremente durante este breve transitar”. “Bueno, le contesté, primero pensemos en lograr un acuerdo acerca del término breve. En dimensión de tiempo, la vida es corta, pero, si la aprovechas bien, no es breve. No es el transcurso de los años lo que da duración a la vida, sino el saber utilizar el tiempo que se nos dio para vivir. Si eres pródigo del tiempo, vives poco; si no lo eres, larga vida tendrás.
”Lo otro, es lo que estamos entendiendo por sabiduría. Alguien podría afirmar que sabiduría es conocimiento, pero yo te puedo agregar que es, además, el empleo provechoso que hagamos del saber, con moderado discernimiento. Y aquí desembocamos con la prudencia, que fue virtud antes de ser considerada en la teología cristiana, siempre conservando su condición esencial.
”Meditando en los planteamientos de su nueva escuela cínica, Antístenes calificó a la prudencia como “la verdadera sabiduría”, a la capacidad para distinguir lo bueno de lo malo. Pero no solamente eso, sino también para dirigir las diarias actuaciones hacia el bien, huyendo del mal.
”Por esto, quizá, los antiguos romanos convirtieron la Virtud en divinidad, considerándola hija de la Verdad y erigiéndole un templo sin puerta al exterior. Para entrar, había que pasar por el templo del Honor. ¿Resultado? Filosofía acompañando a la religión; razón, a la fe.
Tal vez Antístenes no estaba tan equivocado. Sabio es aquel que ha podido adquirir el hábito de actuar con la debida prudencia; el que procede con moderación, sobriedad y continencia. Y también con alegría, porque entiende que, como consecuencia, algo bueno sucederá”.