Como si la naturaleza no hubiera hecho lo suficiente, el expresidente José María Figueres Olsen se quitó hasta el último vello de la cara y se mueve como su papá.
Se borró el bigote presidencial y la barba de consultor internacional; suele hacer pausas con las manos en posición rezadora y estirar los labios delgados para pensar respuestas calculadas.
El parecido con su papá –José Figueres Ferrer– es escandaloso. Parece intencional esa evocación directa de Don Pepe en las apariencias y en los movimientos.
La mamá, Karen Olsen, lo resalta orgullosa: “Ahora tiene su misma luz. Se le ve en la cara, pero también en los gestos”, dijo al final de la conferencia de prensa.
A sus 57 años, siete años después de su autoexilio, los ojos azules vivaces todavía son los reyes del rostro, junto con la inconfundible nariz larga y catalana de su papá. El maquillaje abundante altera la apariencia de la piel, pero no las formas del rostro.
Con los años, sin embargo, los párpados tienden a caer y le ayudan a asemejar esa pose de meditación que también retrataba a Don Pepe en sus últimos años (falleció el 8 de junio de 1990). Lo demás son rasgos que se le recuerdan. Europa no le quitó la manía por tocar a su interlocutor. Gestualiza y palmotea con mano firme. Mano firme con reloj Rolex.
Figueres sabe contenerse. No se perturba ni con el calor que le saca chorritos de sudor por su cabeza, como ocurrió ayer durante la rueda de prensa, a la que llegó con una sudadera como de otoño. El maquillaje soportó bien la transpiración y los conatos de lágrimas frente a decenas de cámaras que metieron zoom al momento de los ojos enrojecidos.
Y para acabar, los tamales, encargados a una fábrica de Ochomogo para la prensa. Una fotógrafa le pidió posar comiendo y él sabe hacerlo natural. Karen Olsen distribuía amable tamales a todos los periodistas. También había galletas y café. Dentro había recipientes con confites.