En el artículo “Iglesia y recato de la mujeres” (Foro, 20/08/11), el señor Agustín Ureña Álvarez formula una pregunta atendible. Él inquiere cómo se soluciona la contradicción que percibe entre A y B. La respuesta es: no hay contradicción. Veamos.
A) La feministas protestan porque un sacerdote pidió que las mujeres vistiesen con más recato.
B) Las feministas protestan porque los medios de comunicación presentan fotos de mujeres vestidas sin recato.
No hay contradicción. A y B no se oponen; ni siquiera se tocan.
En cuanto a A: las feministas no protestaron porque un hombre les suplicó, pidió u ordenó que vistiesen con más recato. Las feministas protestaron porque no admiten que nadie diga a las mujeres cómo deben vestirse.
El recato es accidental. Hagamos una inversio ad absurdum: el señor X suplicó, pidió u ordenó que las mujeres salgan desnudas a la calle. En este caso, la protesta de las feministas habría sido la misma. No protestaron por el consejo de la poca o de la mucha ropa; protestaron por el consejo.
Un corolario: mientras una persona enseñe su rostro, nadie tiene el derecho a mencionar su modo de vestir. No existe el “derecho al piropo”, sobre todo dirigido a personas desconocidas. A los pachucos les gustan las mujeres, pero a las mujeres no les gustan los pachucos. No hagas a una mujer lo que no quieras que le hagan a tu hija.
Normas y excepciones. En cuanto a B: las feministas denuncian la utilización del cuerpo femenino (en fotos y videos) para hacer negocios que serían más difíciles de lograr sin aquel uso (los publicistas deberían tener más ingenio). Si el cuerpo fuese masculino, la protesta sería la misma.
Entonces, A y B no se contradicen. A consiste en defender el derecho de personas (hombres o mujeres) a vestirse como quieran; B consiste en el rechazo al uso de los cuerpos de las mujeres y los hombres para facilitar las ventas.
Hay dos excepciones en cuanto a la ropa:
a) La obligación de mostrar el rostro en la calle por razones de seguridad.
b) El vestido en el ámbito privado ajeno. Si la embajada de X me invita a una ceremonia y me pide ir con corbata, yo
1) voy con corbata;
2) no voy porque no quiero usar corbata. Lo que no puedo hacer es forzar las normas de un ámbito privado ajeno.
De tal modo, una misma mujer tiene 1) el derecho de vestirse como quiera y 2) el derecho de denunciar el uso comercial de la imagen femenina o de la masculina.
Si una mujer tiene el derecho de vestirse como quiera, un corolario es: nadie debe suplicar, pedir u ordenar a una mujer el modo en el que debe vestirse. Si yo creo que puedo darle órdenes, entonces el problema soy yo, no la mujer, y debo reflexionar en si realmente soy un demócrata y un liberal.
Liberalismo de verdad. El liberalismo no comienza ni termina en el precio del arroz. El liberalismo es una filosofía; por tanto, también una ética. El liberalismo es el padre de los derechos humanos al que le salieron buenos hijos.
Si yo creo que el liberalismo solamente equivale al precio del arroz, es que me falta mucho para ser un liberal. El auténtico liberal respeta los derechos ajenos mientras el ejercicio de estos no viole los derechos humanos –y el largo del pelo o de la falda no viola los derechos humanos–.
El liberal diferencia entre 1) costumbres y 2) principios éticos . Costumbres son modas: usar sombrero y besar la mano; las costumbres pasan, y el mundo sigue andando. En cambio, los principios éticos no caducan: no mentir, no robar y no matar son principios eternos y universales. La “poca ropa” es una costumbre, no un principio ético. Poca ropa no es poca moral.
El liberal defiende los principios éticos (lo que realmente le importa); sigue (o no sigue) las costumbres y nunca cae en la soberbia de imponer costumbres a los otros.
A la vez, por principio ético, el liberal repudia la corrupción política. El liberal no asalta al ICE, no roba a la Caja, no ordeña al TSE. Los liberales no son ladrones.
Mario Vargas Llosa dio una magnífica lección de liberalismo cuando rehusó apoyar a la mafia de Fujimori en las elecciones peruanas de junio. Mientras sus amigos “liberales” –hambrientos de chorizos– gritaban a favor de la fujimafia, ladrona y asesina, Vargas Llosa se alzó señeramente en defensa de dos principios liberales: no a la corrupción, no a la violación de los derechos humanos.
Asimismo, el liberal separa el 1) ámbito público del 2) ámbito privado . Para el liberal, no debe haber una actividad privada que se imponga al dominio público. Así pues, no debe haber una religión oficial como no debe haber una “música del Estado”, un “deporte del Estado” ni una “comida del Estado”.
Para el liberal, ningún ámbito privado (fe, estética, deporte, etc.) debe ser dominio del Estado pues, de lo contrario, nos deslizaríamos hacia el totalitarismo. El Estado liberal no desea que haya una fe, una estética ni un deporte oficiales, sino que todos los ciudadanos tengan la misma oportunidad de ejercer su fe o su afición.
Así pues, nadie debe imponer ropas, confesiones ni costumbres a los otros; más bien, todos deberíamos educarnos mutuamente en lo que realmente importa: aplicar los principios liberales.