Hace poco en estas páginas un articulista afirmaba: “El tico lo que quiere es ser pobre” y me quedé con ganas de decirle: ¡Ay, alma cándida, ojalá! Y ojalá, si uno quisiera ser pobre, lo dejaran. En este país ser pobre es sospechoso por sí mismo. Por ejemplo, barrio pobre igual barrio peligroso, por definición.
También en estas mismas páginas, hace más de tres años, en el contexto del referéndum del TLC, un articulista preguntaba: “¿Por qué los ticos ricos de hoy deben vivir en guetos, comprar en malls, divertirse en country clubs, blindar sus autos y mandar a sus hijos a escuelas de alta seguridad?”. Pues bien, tengo una hipótesis: porque los ticos ricos son lo que se llama unos “polos”, palabra difícil de definir, pero que todo el mundo sabe: persona con mal gusto. Y por mal gusto entiéndase estrecho, remilgado, que prefiere lo artificioso a lo auténtico, que niega la parte visceral de la vida y prefiere caer en la ostentación y no en la tentación.
Los ticos ricos no son unos pobrecitos e incomprendidos, sino que viven como capos de la mafia porque ellos levantaron el primer muro. Los ticos ricos siempre han visto con desprecio la cultura popular, de la cual no ven lo de cultura, y lo de popular les suena a chusma. Antes de que la inseguridad ciudadana fuera la que es hoy, los ticos ricos nunca le hallaron la gracia a darse una vuelta por el centro de San José, a caminar por el paseo de los Turistas (puede que ni sepan qué paseo es ese), a ir a bailar al Tobogán ni al ceviche del Mercado; los ticos ricos no se suben a un bus y algunos ni siquiera a un taxi. En definitiva, han despreciado la vida de la calle, que es el tuétano de la personalidad de un país.
¿Qué tiene que ver esto con la (in)seguridad ciudadana? Pues que así es como las cosas populares fueron convirtiéndose en cosas de mala gente, en cosas faltas de belleza e interés, y, por ende, llenas de peligros. Los ricos se encerraron en sus guetos y clubs, y todo el resto se estigmatizó como peligroso y vulgar. Así es como se abre la famosa brecha. Al día de hoy, el honroso plan de ver algo en el cine Rex y tomarse un café en La Palace sería, además de imposible, impensable. Los espacios públicos perdieron valor y dignidad y obviamente se convirtieron en sitios peligrosos, por abandonados y condenados. La quimérica clase media se quedó encerrada en su casa sin piscina y sin opciones baratas y “seguras”. Es decir, los ticos ricos con su desprecio contribuyeron a la extinción de las actividades y espacios públicos, con su actitud minaron una cosa que se llama ciudadanía, que es algo así como ser todos ciudadanos en vez de rehenes, y es la mejor medicina contra la inseguridad.
Es como si en una casa alguno decidiera que mejor se encierra en su cuarto, que para qué va a poner linda la sala que es de todos, mejor pone neverita y tele de plasma en su cuarto. Aunque después se queja de que los espacios comunes estén abandonados y de tener que cerrar el cuarto con llave, claro.
Encima, dice usted estas cosas y le llaman resentido. Qué revelador' También en los tiempos del dichoso referéndum del TLC nos llamaban resentidos a los que votamos No. Yo nunca pensé que el TLC fuera a cambiar nada, ni para bien ni para mal. Las promesas del TLC me parecían como soplar unas candelitas sin queque. Voté No porque eran tales las tonteras que decía el Gobierno para vendérnoslo que resultaba sospechoso, y porque hace cinco años que creo que ser más rico no hace a una persona o a un pueblo mejor y más feliz. De hecho, a veces parece que al final lo que los ticos –incluidos los ricos– añoramos son los tiempos en que éramos más sencillos, en que los jóvenes nos pasábamos la tarde midiendo calles y robando jocotes. Pero por pensar así, le dicen a uno resentido.
Según el diccionario, resentimiento es: “Sentimiento penoso y contenido del que se cree maltratado, acompañado de enemistad u hostilidad hacia los que cree culpables del mal trato”. Bueno, quitando lo de contenido, estoy de acuerdo, estoy resentida. Yo y cada vez más gente, al parecer.