Así como en la vida hay tiempos para reír, llorar, compartir y crecer, en la vida política hay tiempos para criticar, oponerse, obstruir, pero también para dialogar, concertar y tomar decisiones; así queda en evidencia con el maratónico trabajo en el período reciente de sesiones extraordinarias. La cuestión entonces es: ¿a qué se debe esta eficiencia parlamentaria? Y ¿cuáles aspectos de carácter político e institucional se requieren para mantener dicha productividad?
En tan solo un mes, o mejor dicho, en tan solo 17 días efectivos de trabajo, nuestro Parlamento logró la aprobación de varios proyectos importantes para la agenda de desarrollo del país, tanto en primer como en segundo debate. Entre las iniciativas aprobadas que esperan segundo debate se destacan: Ley de Transparencia Fiscal; Fortalecimiento de la Gestión Tributaria y Ley para la Preservación del Uso Agropecuario de los Terrenos, esperan su segundo debate.
De las aprobadas en segundo debate se destacan: Eurobonos, la modificación parcial de la Ley de Ordenamiento y Manejo de la Cuenca Alta del Río Reventazón, así como un memorando de entendimiento con la República de la India para el establecimiento de un Centro de Excelencia en Tecnología de la Información (Ceti) en Costa Rica, entre otras leyes.
Es más que evidente que la formación de la agenda parlamentaria depende de tres factores que terminan su viabilidad: (i) análisis de la solución, (ii) el grado de apoyo, y (iii) el nivel de impacto esperado. La capacidad y el cálculo del Ejecutivo para estructurar una agenda capaz de asegurar los espacios de diálogo, así como los incentivos políticos y sociales en la construcción de las decisiones ha sido un factor esencial en el éxito logrado.
Pareciera ser entonces que el éxito legislativo se debe en gran medida a ¿quién controla la agenda?, ¿qué aspectos políticos-institucionales aseguran la construcción de consensos en torno a la agenda? Aun cuando se puede establecer desde una dimensión institucional clásica las pautas entre los actores, fases, tiempos y procedimientos, se requiere comprender además la dispersión y la fragmentación de las bancadas, y como desde ello se logra la construcción de consensos. Tampoco se puede dejar de lado el de centralidad del controlador de la agenda, ya que entre más balanceados sean los intereses y preferencias con respecto a la media, más posibilidades e influencia se tendrán sobre los temas y asuntos de la agenda parlamentaria.
El desafío inmediato es el apostar a ese clima de diálogo entre los parlamentarios, que ahora deberán priorizar los temas de agenda en las sesiones ordinarias, particularmente a las puertas de la discusión del presupuesto general de la República: instrumento para la dirección de las políticas públicas por parte del Poder Ejecutivo.
Nuestro Parlamento será una institución sólida en la formación de políticas públicas si logra garantizar de forma simultánea una doble exigencia: la toma de decisiones y el control de estas. No se puede dejar de lado que en el desarrollo de ambas tareas sobresale el papel predominante del Poder Ejecutivo en la conducción de la agenda política y las capacidades de los parlamentarios para incidir en ella; es decir, una sana separación, pero también una necesaria complementariedad de poderes.