Néfele era la diosa griega de las nubes, o sea que no se enteraba de qué ocurría aquí, debajo, en el primer piso de la mitología. Por ejemplo, griegos y troyanos se afanaban en una tremenda guerra para salir en la Ilíada pues Homero era como el dueño de la única superproductora de la poesía, y los otros rapsodas se reducían a ser el cine independiente. Néfele volaba entonces sobre Ilión, donde ardía Troya, y nada: la señora seguía en las nubes.
Ardiendo en sequías, los griegos rogaban a la nímbea Néfele que hiciera llover, pero la señora miraba hacia otro lado ya que para eso una es diosa, y ya no se puede estar tranquila ni en la mitología. Con tal desprecio olímpico, Néfele lograba que los griegos se tornasen ateos, pero contra ella sola. Así pues, Néfele terminó siendo nube pasajera.
Existió otra diosa Néfele porque las mitologías son más enredadas que explicaciones de ministro. La segunda Néfele también fue una nube y madre de los centauros. Estos nunca lograron una buena posición entre los seres imaginarios, de manera que solamente fueron la clase media de la mitología, pero con la diferencia de que los centauros no pagaban impuestos.
Los centauros exhibían medio cuerpo de hombre y medio de caballo, y eran temibles cual un rescate financiero. Por ser caballos nunca se los admitió en el servicio público, aunque practicaban la mordida, y eran de cascos ligeros ya que perseguían a las mujeres ( Ilíada , II, 743). Más elegantes e irreales, “crinados cuadrúpedos divinos” los definió Rubén Darío, y “la escultural cabeza de crines amarillas” delineó Luis G. Urbina.
Ajeno a aquella “infame turba” vivió Quirón, el centauro sabio y maestro de Aquiles, Asclepio, Acteón y Aristeo. (Con el tiempo pasó a la letra B.) “Sobre un ritmo rápido, Aquiles cantaba los preceptos de Quirón”, recuerda un verso de Píndaro. En su Mitología griega , el humanista mexicano Alfonso Reyes se detuvo en los centauros; no obstante, hay otra alusión de don Alfonso, no mitológica, sino literaria, que ha hecho fatal fortuna.
El deslinde es el gran libro teórico que nos legó Alfonso Reyes. En él limitó a tres los géneros literarios: poesía, drama y narración, y dejó fuera –en la intemperie de la nada– al ensayo (¡lo que Alfonso Reyes mejor hacía!).
Reyes supuso que el ensayo era solo una “literatura aplicada” –falsa, menor– y lo tildó de “centauro de los géneros” pues (pensó) se lo escribe para comunicar una tesis, que se le monta. ¿Cómo?, y ¿qué es la Eneida si no, además, un canto al imperio romano para quedar bien con Augusto? Todos los géneros son cruces, todos son “centauros”. La literatura no está en “los géneros”, sino en la escritura artificial, retórica, que aprovecha las docenas de figuras literarias para expresar el yo lírico o para denunciar a un tirano. El buen ensayo es literatura per se: también brilla bajo el Sol, también suyo es el reino.