Como en otros países, nuestra Sala Constitucional es –entre otros– producto de la desconfianza y necesidad de los partidos políticos reinantes en la Costa Rica de finales de los años ochenta, de contar con un tercero imparcial que los protegiera de los posibles excesos del otro durante el uso alternativo y temporal del poder.
Más de veinte años más tarde, en tiempos en que el bipartidismo dejó de existir y que no se prevé una derrota electoral para el partido en el poder, que la Sala Constitucional pasara de ser un instrumento útil para sus creadores a una piedra en el zapato, era cuestión de tiempo.
La Costa Rica de principios de los años noventa dista mucho de la actual y si a eso le agregamos que el papel de la Sala Constitucional ha ido mucho más allá que mantener a raya a los actores políticos de turno, sino que ha contribuido, en forma superlativa, al desarrollo institucional, legal y humano del país, cumpliendo en gran medida con el papel que los políticos se han mostrado incapaces de cumplir, es todavía más comprensible su molestia.
Hoy, gracias a la Sala. Antes de la existencia de la Sala, el individuo sólo tenía el valor facial de factor necesario y coadyuvante para que los partidos alcanzaran el poder político. Hoy en día –gracias a la Sala– tiene un poder que nunca había tenido. Esto es un signo inequívoco de la diferencia que ha significado para el progreso de Costa Rica tener una Sala Constitucional. Claro que para el político, el que un individuo esté por encima suyo, es una contrariedad. Aquel control y poder al que estaba acostumbrado, aquel “para eso somos mayoría” se estaba convirtiendo en cosa del pasado.
No era entonces de extrañar, que Cuesta de Moras concluyera que la Sala es causa del esotérico e indefinible como universalmente aplicable concepto denominado “ingobernabilidad”. Claro que, de tenerse por cierto el reclamo del Congreso de que Sala Constitucional contribuye a la “ingobernabilidad”, es razonable preguntarse: si tenían treinta y ocho votos, en vez de mandar recaditos –a lo Corleone– ¿por qué no los aprovecharon para reformar la ley y así corregir el problema?
Y digo que es razonable porque lo irónico es que si la Sala es como es, y es lo que es, es porque así se lo mandó por ley la Asamblea Legislativa y esta puede, cuando así lo desee, reformarla y terminar con tanto sinsabor.
Si nunca lo ha hecho, y no es que no ha tenido los votos necesarios, es porque –en mi opinión– no tienen ni el más mínimo interés en hacerlo. Me explico.
¿A quién culpar? Si se reformara por ejemplo, el Reglamento Interno de la Asamblea Legislativa (Santo Grial de las excusas) y se reformara la Ley de Jurisdicción Constitucional, (el otro Santo Grial) entre otras, ¿a quien se le puede echar la culpa de la “ingobernabilidad” que no es sino un maquillaje que en otras latitudes se llama falta de capacidad para gobernar? ¿Será por eso que es más rentable políticamente achacarles todos los males a los demás que corregirlos?
Yo los invito a defender lo bueno y a cambiar lo malo. La Sala IV es perfectible, y si ha cometido algún exceso es por el vacío de poder y el incumplimiento del Congreso. Si para cualquier cosa, incluyendo atrasar, le piden opinión a la Sala Constitucional, ¿porqué ahora se quejan de su intervención? Lo que confunde es que son los mismos que le cantan loas de prosperar sus alegatos'
Creo que si algo debemos cambiar, es en primer lugar al Congreso. No solo es la pírrica producción de leyes, sino su duración y calidad, reflejo inevitable de quienes las crean. Las ocurrencias a que ya nos tienen acostumbrados, estériles cuando tenemos suerte, nos llevan a pensar en cambios profundos en defensa de nuestra democracia. Cambiar el sistema de listas e implementar elecciones de medio período sería un buen comienzo. Si después quieren “arreglar” la Sala Constitucional, ¡enhorabuena!
Malos gobernantes. Pero quedemos claros en una cosa: en Costa Rica no hay problemas de gobernabilidad, lo que hay son problemas de gobernantes.
Asimismo, si de mandar mensajes se trata, aquí les mando uno: como ciudadano prefiero mil veces los “excesos” de la Sala Constitucional a los de cualquier político de turno. La Sala ha demostrado que vela por mis derechos. Los políticos han demostrado que velan por los suyos, y si irresponsablemente quieren hablar de dictaduras, parafraseando al sabio, prefiero mil veces la de los jueces a la de los políticos.