La Costa Rica que abandonó hace casi dos déca das es muy diferente a la que aho ra conoce solo a través de fotos y relatos de familiares.
Ahí, en el centro de San José,todavía permanece de pie la tienda La Gloria, donde Kattia Villalta trabajó hasta pocos días antes de viajar a Estados Unidos.
Para la época de su partida, el local no estaba bordeado por un bulevar adoquinado sino por una calle de pavimento. No había preocupación de que el smog se esparciera por la capital y no era usual que los policías montaran guardia en las esquinas.
Ahora el país es muy distinto, e incluso acepta que por eso le teme un poco, a pesar de que lo extraña. Ha pasado 22 años lejos del terruño donde nació; de Calle Blancos, que fue el cantón de su infancia; del país que la vio casarse y que recibió a su primera hija.
Sin embargo, es en Costa Rica donde quiere vivir cuando ella y su esposo estén pensionados y puedan descansar de una vida construida a gran distancia de casa.
La historia de Kattia dio un giro hacia el norte cuando, en octubre de 1989, su esposo viajó a Nueva Jersey “en busca del sueño americano”.
Con esas palabras, esta tica de 42 años describe aquel nuevo comienzo. Todavía radicada en Costa Rica, no estaba muy convencida con la idea de mudarse a otro país, y recuerda que compró el tiquete de ida con el único afán de “turistear”.
Viajó con su hija de 2 años y entró a Estados Unidos con una visa de turista que tenía seis meses de vigencia. Sin embargo, pasaron los meses y la estadía se prolongó... Este año, Kattia cumplirá 22 años de no venir a Costa Rica.
El principio fue difícil. Cada día, su esposo salía a buscar trabajo y regresaba a casa sin buenas noticias. “Nevaba mucho, yo no conocía a nadie y pasaba sola con la chiquita; además, tenía problemas con el idioma, con el frío y con el transporte”, rememora ella.
Pero unos meses después, la suerte empezó a sonreírles. La pareja recibió la noticia de que serían padres por segunda vez, él consiguió un trabajo y Kattia terminó aceptando que se quedaría a vivir allá.
Fue en 1991, cuando el anhelado sueño de estos esposos finalmente empezó a adquirir forma. Ella logró emplearse en una sala donde se organizaban fiestas y la situación financiera del hogar mejoró poco a poco.
“La idea era quedarnos un tiempo para trabajar y ahorrar, y con eso, construir una casa en Costa Rica. Sin embargo, descubrimos que Estados Unidos tenía muchas ventajas. Por eso, decidí darme la oportunidad de tener una vida diferente y dársela a mis hijos”.
Nada les quita lo tico
Hasta hace un año, Kattia y su cónyuge estaban en condición migratoria ilegal. Habían pasado dos décadas cruzando los dedos para no encontrarse de frente a la policía.
Tras los ataques terroristas del 11 de setiembre del 2001, esquivaron la ola de deportaciones a latinos residentes en la región y, por temor, no se atrevían a poner un pie fuera de esa nación.
“Estábamos en el limbo, no éramos ni de allá ni de acá. Inclusive, a los pocos años de estar en Nueva Jersey, mi papá se enfermó y yo me desesperé. Quería regresar a Costa Rica, pero si volvía sabía que no me iban a dar otra visa para entrar”.
Pese al tiempo que llevan fuera, Kattia asegura que no han perdido su identidad de ticos.
Mantienen contacto telefónico y por Internet con sus familiares en Costa Rica, pero su relación con el país va más allá: en la cocina de ese hogar mandan los ingredientes ticos, los televisores siempre están encendidos para las transmisiones de los partidos de la Sele y jamás se han olvidado de costumbres como el rezo del Niño y la preparación de tamales en Navidad.
Al tiempo que los dos hijos de la casa estudian en la universidad y el padre trabaja, Kattia , actualmente desempleada, regresó a las aulas y forma parte de un programa especial que le dará un título equivalente al de bachiller en secundaria; además, está recibiendo cursos de inglés y de computación.
Su retorno aún no tiene fecha, pero la anima la certeza de que, tarde o temprano, volverá al país junto a su esposo. Y aunque las calles de San José luzcan tan distintas hoy, ella sabe que le parecerán maravillosas.