En octubre de 1808, el gobernador de Costa Rica, Tomás de Acosta, recibió un real decreto fechado en Madrid el 10 de abril de ese año, por el que se le comunicaba que el rey Carlos IV había abdicado y que su hijo Fernando había aceptado la corona. Era un evento lejano que impactaría a todos los territorios de la monarquía española.
Ese acontecimiento fue precipitado por la invasión de Napoleón Bonaparte a España, quien luego intentó imponer a su hermano Joseph como rey al obligar a Fernando a abdicar también. La mayor parte de la sociedad ibérica rechazó el poder de Bonaparte y se organizó contra los franceses.
En Asturias, la Junta General declaró que reasumía su soberanía “por hallarse sin gobierno legítimo”. En Valencia, la Junta Suprema indicó que reunía sobre sí la soberanía por decisión del pueblo. En Cataluña, la Suprema Junta de Gobierno asumió la autoridad soberana. En Murcia, los municipios declararon que la soberanía volvía al pueblo al quedar “el Reino en orfandad”. En América también se rechazaron las abdicaciones forzadas y se crearon juntas.
Se formó una Junta Central que declaró a América parte integrante de la Corona y la instó a elegir representantes que se reunirían en España. Se realizó así una de las mayores elecciones en la historia del mundo pues se llamó a más de cien ciudades de América a votar (en dos niveles) por diputados.
Convocatoria. Se convocó a Cortes (Congreso) que debían instalarse en 1810. En su libro El experimento de Cádiz en Centroamérica (1808-1826) , Mario Rodríguez describió así la instalación:
“Eran las nueve en punto de la mañana del 24 de septiembre de 1810, y más de cien diputados se habían reunido en la isla de León, cerca de la amurallada ciudad de Cádiz. Había un ambiente de excitación en el aire que ni la misma presencia de las hostiles tropas francesas en la cercanía podía calmar.
”Los españoles en el área del puerto estaban a punto de ser testigos de la sesión de apertura de su primer parlamento moderno, llamado las Generales y Extraordinarias Cortes de España, que redactaron la famosa Constitución de Cádiz de 1812 y acuñaron el término ‘liberal’ para la humanidad”.
Efectivamente, la obra fundamental de las Cortes fue la Constitución promulgada el 19 de marzo de 1812, hace 200 años.
Con ese documento se inauguró el constitucionalismo en España y en Hispanoamérica, se sometió el poder del monarca, se erigieron bases para la educación de los ciudadanos, se ensalzó la soberanía de la nación, se habló de igualdad de los ciudadanos y se defendió la libertad de imprenta.
En las Cortes participaron diputados procedentes de Centroamérica, entre los que sobresalieron Antonio de Larrazábal (nacido en Antigua Guatemala) y Florencio Castillo (nacido en Ujarrás).
Fiestas. Para celebrar la emisión de la Constitución y jurarle fidelidad, se pidió a cada recodo de América que organizara fiestas. El 18 de marzo de 1812, en Cádiz, las Cortes establecieron la forma de la jura.
En Cartago, esas fiestas se realizaron entre octubre y noviembre de 1812. El historiador Juan Rafael Quesada recuperó la crónica de las celebraciones en su libro Educación y ciudadanía en Costa Rica de 1810 a 1821 , por lo que es posible analizar su simbolismo.
Hubo repique de campanas, iluminación, salvas de artillería, juegos artificiales, música y refrescos. Si se compara con otras fiestas coloniales (como la jura al rey), no abundó la originalidad en ese festejo, a pesar de que la Constitución era un objeto novedoso para los cartagineses.
La fiesta comenzó el 31 de octubre de 1812. El escribano del cabildo relató así el espacio festivo (se respeta la ortografía original):
“En el tablado que se había preparado para la ocasión, se dejaba ver con magnificencia el soberano retrato de su majestad cathólica, y haviendo suvido con el clero y demás dichos, me entregó el señor governador el quaderno de la sabia constitución, y oyó a uno de los quatro reyes de armas, que a este efecto se havían nombrado por quienes pedida la atención al público se leyó de verbo ad verbum haciéndose en el Ínterin varias descargas por las compañías urbanas de pardos que desempeñaron la falta de este batallón provincial que se halla en la provincia de Nicaragua”.
El retrato mencionado posiblemente haya sido el mismo que se usó en 1809 para la jura de fidelidad a Fernando VII. Lo nuevo fue la Constitución, que adquirió un sitial en el tablado y que se identificó como sabia. Al día siguiente se hizo el juramento:
“¿Juráis por Dios y por los Santos Evangelios, guardar y hacer guardar la ['] Constitución política de la monarquía española, sancionada por las Cortes generales y extraordinarias de la Nación, y ser fieles al Rey? A lo que el señor gobernador se acercó a la mesa donde estaba una imagen de Cristo crucificado, y poniendo la mano sobre los Santos Evangelios, dijo: Sí juro. Y practicando lo mismo por su orden los demás individuos del Noble Ayuntamiento dijeron en alta voz: si así lo hiciereis, Dios os premie, y si no os lo demande”.
Simbolismo y poder. La jura fue clara en cuanto a la posición de los sujetos y objetos a los que se les rendía fidelidad. La legitimidad del poder jurado venía de lo divino.
En el orden del juramento, la Constitución fue la primera referencia; junto a ella aparecieron las Cortes de Cádiz, que se caracterizaron como legítimas y sabias y el lugar de donde emanaba la nueva ley. En último lugar se mencionó al rey como símbolo de la autoridad, pero su poder ya no era absoluto.
La Constitución de Cádiz también alentó realizar elecciones en noviembre y diciembre de 1812 con el fin de nombrar las autoridades que administrarían la provincia. Con ello brindó un nuevo espacio de participación en la Costa Rica del ocaso colonial.
En ese sentido, el sistema de jura que se les pidió a esos representantes fue el mismo de la fiesta descrita. La elección se repitió en 1820, una vez reestablecida la Constitución de Cádiz, que Fernando VII desconoció en 1814, cuando retomó el poder.
Hacia 1821, cuando declararon su independencia, los municipios de Costa Rica ya habían aprendido el juramento constitucional. La Constitución gaditana brindó además la base sobre la que se creó el Pacto de Concordia, que comenzó a dar un marco de organización al naciente Estado. En todo esto radica su legado y la necesidad de su recuerdo.
El autor es profesor de historia en la Universidad de Costa Rica.