“Le dije a mi hermano menor: ‘Mirá qué lindo que mueve la cola el perrito... ¿por qué no tratás de cogérsela? Y claro... ¡se la cogió y se llevó un buen mordisco! Por supuesto, me escapé a la hamaca que tenía en el palo de mango pero un tío llegó y, como castigo, me la cortó de tajo dejándome caer hasta el suelo. Tanto me dolió la caída, que empecé a gritar que me había quedado inválida. A mi otra hermana menor, le vacié la alcancía para comprarme golosinas en la ‘pulpe’”.
“Estaba en segundo grado y me moría por escribir en las paredes de mi casa, pero sabía bien las consecuencias de semejante acto. Como mi hermanito estaba en primer grado y aprendiendo a escribir, me pareció muy fácil imitar su escritura (o sea, falsificarla) y escribí cuanto quise en la pared. Al rato, nada más se escuchó el grito de mi madre llamando a mi hermano para pegarle una gran regañada y castigarlo. Él lo negó y yo callé siempre”.
“Una vez, cuando estábamos en la finca de mi familia, mis dos hermanas mayores querían mojar a mi padrino sacando agua del estanque de las gallinas. Yo estaba en otras, pero mi hermana Ericka me llamó para que le ayudara a con la travesura. Cuando llegué, en vez de echarle el agua al padrino, mi hermana me lanzó en la cabeza un tarro con el agua llena de cuitas del estanque de las gallinas. Y adivinen a quién le cayó la gran regañada... ¡a mí, por tonta!”.
“En mi casa somos cinco hermanos: cuatro varones y una mujer. Una vez, recuerdo que mi hermano menor entraba a trabajar a las 6 a. m., y decidimos jugarle una broma, adelantando la alarma del reloj despertador. Cuando me percaté, él ya había salido para el trabajo pues la alarma lo levantó a las 3 a. m.”.