A decir verdad, las peleas de gallos son un espectáculo público de orígenes muy antiguos. En China se tienen registros de estos juegos de hace más de 2.500 años. Petronio, célebre escritor romano, mencionó torneos que se efectuaban en las diversas provincias del imperio hacia el siglo I de nuestra era.
A su vez, en su
Como resultado de la presencia española en nuestro continente, las peleas de gallos se constituyeron en una práctica cotidiana durante el largo período colonial, que en Centroamérica terminó oficialmente en 1821. Así pues, los espectáculos desarrollados en las galleras durante el siglo XIX en Costa Rica fueron un legado colonial de manifestaciones populares.
Aquel anuncio evidencia que existía una costumbre institucionalizada en torno a las peleas de gallos en la capital. Se ofrece la impresión de que, al ser esta una actividad regulada por el gobierno, la adjudicación del remate implicaba el privilegio de tener la exclusividad de la explotación del negocio, al menos en la ciudad capital.
Un año después, el
Ese comunicado muestra detalles interesantes; así, se adjudicaba durante un año el derecho de explotación de la gallera en la capital; además, se subía un 20% en costo del remate, alza que sugiere una apreciable rentabilidad.
La prensa también mostraba otra faceta del negocio de las peleas de gallos: la venta de animales.
El
Un comunicado interesante en otro órgano escrito mostraba la venta de dichos animales y de accesorios necesarios para peleas. Al respecto,
De lo expresado se deriva que la crianza y la venta de gallos para juegos de pelea constituía una actividad lucrativa nada despreciable.
En la mayoría de los enfrentamientos, el gallo derrotado perdía la vida, y, en otros tantos, el vencedor terminaba hiriéndose de forma accidental con las filosas navajas adheridas a sus patas. En consecuencia, resultaba indispensable tener animales de reserva para las justas que debían librarse.
Sobre los juegos de gallos, Marr afirmó que “los adversarios toman sus puestos de combate y saltan el uno sobre el otro, luchando con picos y espuelas. Como los dos pelean con una navaja atada en la pata, la victoria o la derrota dependen a menudo de la casualidad”.
El viajero europeo también dejó una descripción sobre el ambiente de las galleras: “El local estaba atestado de individuos de todas las clases sociales. Ahí se encontraba un señor de pequeña estatura y cara llena y astuta, vestido de frac negro y pantalones amarillos de casimir. Era el jefe de Estado, don Juan Rafael Mora”.
Marr además destacó la presencia de José María Castro Madriz, quien había precedido a Mora en el poder y con el que este tenía relaciones poco amistosas.
Asimismo, el visitante mencionó que asiduo a las galleras y a las apuestas era también José Joaquín Mora, hermano del gobernante y uno de sus hombres de confianza en materia de política.
Marr dejó una severa crítica sobre el vínculo del gobernante con esos juegos: “El presidente no tiene el menor escrúpulo en apostar sus pesos contra los del último peón. El juego de gallos lo absorbe todo”.
Con un tono sarcástico, Wilhem Marr añadió: “Es una dicha que los hombres de Costa Rica no sean tan belicosos como sus gallos porque, si no, el equilibrio político del mundo podría verse gravemente comprometido”.
A juzgar por la información que brindaba la prensa, y considerando las opiniones de Wilhem Marr, las galleras fueron, a mediados del siglo XIX, un escenario de pasiones compartidas por ricos y pobres y... perfectamente legal.