A mediados del siglo XVIII, las fiestas dedicadas a la Virgen de los Ángeles se prestaban para un “relax” en la vida cotidiana, controlada por las leyes de la Corona española. Estas incluían normas religiosas y civiles para resguardo de la moral pública; pero, durante las fiestas, la aplicación de las leyes se volvía más benévola ante los efectos del licor, nada difamado como ahora –al contrario, se lo consideraba hasta medicinal–. En 1782, los desórdenes originados en las fiestas populares suscitaron un hecho clave en el culto de la Virgen de los Ángeles: la creación de la “pasada”.
Lorenzo de Tristán, obispo de Nicaragua y Costa Rica, efectuó su visita pastoral en 1782 y comprobó los desórdenes nada católicos que sucedían durante la novena a la Virgen en el edificio de la cofradía, situado junto al santuario.
El prelado decretó entonces que la imagen de la patrona de la ciudad de Cartago se llevase, el día anterior a su fiesta, al templo parroquial de la ciudad, donde se celebraría solemnemente una misa.
En ese templo permanecería algunos días. Además, Tristán ordenó que el edificio de la cofradía de la Virgen se destinase a la enseñanza de la juventud.
Por tal razón, desde 1739, la autoridad eclesial había aprovechado la confirmación de la elección de los nuevos miembros de la cofradía para presentar el siguiente pedido:
“Procuren que no se hagan comidas y que cuando las haya comiencen tan temprano que se acaben con el día, de tal suerte que la noche les coja a todos retirados ya a sus casas y se eviten juntas de hombres y mujeres que especialmente de noche siempre han influido muy mala consecuencia con no poco estrago del bien espiritual de las almas en que tanto se desagrada a la Santísima Virgen”.
Igualmente se indicó a las patronas electas que procurasen “evitar la zarabandas con que suelen de noche festejarse privadamente en sus casas y que cuanto recreo las tengan, sea con toda honestidad y se acaben a las nueve de la noche”.
Para hacer esas reuniones debía pedirse licencia al juez eclesiástico, a quien se mandó que “no la conceda si no es para casas de toda satisfacción, en que no se presuma que puedan solapar algún escándalo y permitir que mezclen gente sospechosa”.
Se solicitó obediencia a ese mandato so pena de lo siguiente: los españoles deberían pagar cien pesos, que se aplicarían a la Virgen; los mulatos y los mestizos recibirían dos meses de cárcel.
Detrás de aquella demanda popular se escondía el interés por seguir con el desorden, según afirmó el prelado.
Al comentar la decisión de convertir los aposentos de la cofradía en escuela, monseñor Víctor Sanabria escribió que, con tal decisión, “para siempre se cortaron los abusos tantas veces denunciados por sacerdotes y seglares”
Sin embargo, los abusos siguieron. La cofradía de la Virgen no era culpable de esos desórdenes pues los alborotos continuaron a pesar de haberse instaurado la pasada.
Por unos días, la pasada dejaba en “orfandad” a la Puebla de los Pardos, pero ayudó a fortalecer la identidad del lugar.
El efecto se extendió a los vecinos de Chircagres (San Rafael de Oreamuno), quienes se unieron el 7 de julio de 1824 para renovar una solicitud que el año anterior habían enviado al vicario de Cartago.
Ellos pedían la suspensión de la costumbre de trasladar la imagen de la Virgen al templo parroquial, y que permaneciera en su santuario pues era justo que los vecinos se encargasen de su fiesta porque era su patrona,
Aquellos vecinos mencionaron que habían sido castigos divinos de la pasada el que hubiera caído fuego del cielo y el robo de la imagen ocurrido en el año anterior.
Parte de la respuesta apoya la idea de que la Virgen de los Ángeles coadyuvó a la integración de los grupos sociales:
“Todos los habitantes que comprenden la comarca de esta ciudad por sus cuatro vientos tienen iguales derechos y deben gozar de los mismos beneficios que los vivientes más cercanos al santuario de Nuestra Patrona, por lo que es de material accidental en un pueblo el que uno ni otro barrio esté más cerca de donde se dispensan los favores a todo el procomunal de él, así es que los que viven a las orillas de la plaza principal jamás tendrían derecho para alegar privilegios sobre la Iglesia parroquial porque los demás barrios existen más lejos, así pues, a este modo, ni la Puebla ni Chircagres pueden pretender otros derechos solo porque viven más cerca del santuario de la Señora, como si sólo de ellos fuese la Señora Madre y de los demás Madrastra”.
La respuesta episcopal agregó que “se deduce muy claro que la aparición fue en beneficio de toda la comarca de esta ciudad y no de la Puebla solamente”.
En sus escritos, ninguno de los dos bloques mencionó los desórdenes que originaron el traslado de la imagen al templo parroquial. Posiblemente eran recuerdos peligrosos que involucraban la responsabilidad común; además, seguían disfrutando de excesos en las fiestas. Finalmente, podemos afirmar que la petición de esas personas del pueblo estaba bien fundamentada. En un sentido particular, la Virgen de los Ángeles realmente era la patrona de la Puebla.