El mes pasado, el presidente Obama finalmente hizo público un plan serio de estímulo económico –mucho más limitado de lo que me hubiera gustado ver, pero un paso en la dirección correcta–. Los republicanos, como era de predecir, lo han bloqueado. Pero el nuevo plan, combinado con las manifestaciones Ocupemos Wall Street, parece haber cambiado el rumbo a la temática nacional. De un pronto a otro nos hemos centrado en el asunto que debimos estar discutiendo desde un principio: los empleos.
Bueno, ¿cuál es el plan para el empleo del Partido Republicano? La respuesta, en gran parte, consiste en permitir más contaminación. Entonces, es necesario tener conciencia de que debilitar las regulaciones ambientales haría poco por crear empleos y nos haría tanto más pobres como más enfermos.
Ahora bien, sería erróneo decir que todos los republicanos ven un aumento en la contaminación como la respuesta al desempleo. Herman Cain dice que los desempleados son responsables de su propio drama. En el debate presidencial del pasado martes, está afirmación recibió delirantes aplausos.
Sin embargo, tanto Rick Perry como Mitt Romney han puesto protección ambiental debilitada en el núcleo de sus propuestas económicas, igual que han hecho los senadores republicanos. Perry ha sacado un número específico (1,2 millones de empleos) que parece estar basado en un estudio que dio a conocer el Instituto Estadounidense del Petróleo, una agrupación del sector empresarial que reclama los efectos favorables para el empleo que tiene la eliminación de restricciones para la extracción de petróleo y gas. En el mismo estudio se basan las afirmaciones de los senadores republicanos.
¿Presenta en realidad este estudio que la industria petrolera respalda un argumento serio a favor de una protección ambiental más débil como una estrategia para la creación de empleo? No.
Parte del problema estriba en que el estudio depende en gran medida de un supuesto efecto “multiplicador”, según el cual cada nuevo empleo en el campo de la energía lleva indirectamente a la creación de 2,5 empleos en otros sectores. Los republicanos despreciaban las afirmaciones de que la ayuda del gobierno que evita los despidos de maestros también ayuda indirectamente a salvar empleos en el sector privado. Pero imagino que las leyes de la economía cambian cuando es una empresa petrolera y no un distrito escolar quien hace las contrataciones.
Lo que es más, aunque uno tome en serio las afirmaciones del estudio, ofrece poca razón para creer que aire y agua más contaminados puedan resolver la crisis de desempleo. Todas las grandes cifras del reporte son proyecciones para más adelante esta década. El reporte predice menos de 200.000 empleos para el próximo año y menos de 700.000 aún para el 2015.
A uno bien le gustaría comparar estos números con un par de cifras: los 14 millones de estadounidenses que están desempleados en la actualidad y los entre uno y dos millones de empleos que cálculos independientes sugieren que el plan de Obama crearía, no en el futuro distante sino en el 2012.
Más contaminación no es la ruta al empleo completo. Pero ¿hay algún argumento económico de más largo plazo a favor de menor protección ambiental? No. El análisis económico serio dice que necesitamos más protección, no menos. Lo importante es que el argumento a favor del control de la contaminación no se basa en ningún tipo de desagrado estético por la sociedad industrial. La contaminación sí causa daño real y medible, en especial a la salud humana.
Los definidores de las políticas deben tomar en cuenta ese daño. Necesitamos más políticos como el valiente gobernador que apoyó controles ambientales para una planta eléctrica que consume carbón, pese a advertencias de que la planta podría ser clausurada porque “No crearé empleos o tendré empleos que maten a la gente”. Ese fue Mitt Romney, allá en el 2003. Sí, el mismo político que ahora exige que usemos más carbón.
¿Cuál es la dimensión de estos daños? Un estudio de investigadores de las universidades de Yale y Middlebury une datos de una gran variedad de fuentes para dar un valor en dólares al daño ambiental que varias industrias causan. Las estimaciones distan de ser completas pues solo toman en cuenta la contaminación del aire y no hacen esfuerzo alguno por abarcar los efectos de más largo plazo, tal como el cambio climático. Pese a esto, los resultados son impresionantes.
Resulta que hay un buen número de industrias que causan daño ambiental más cuantioso que la suma de los sueldos que pagan y las ganancias que obtienen, lo que significa que destruyen valor antes que crearlo. De paso, en la lista descuella la generación de electricidad con carbón, a la que el Mitt Romney de antaño solía oponerse.
Como dicen los autores del estudio, determinar que una industria causa gran daño ambiental por comparación con el aparente rédito económico no necesariamente significa que se deba clausurarla. Lo que significa, más bien, es que “los niveles regulados de las emisiones de la industria son demasiado altas”. Es decir, las regulaciones ambientales no son lo suficientemente estrictas.
Los republicanos tienen grandes incentivos para afirmar lo contrario: las grandes industrias destructoras de valor se concentran en el sector de la energía y los recursos naturales, que hacen abrumadoras donaciones al Partido Republicano.
Pero la realidad es que una mayor contaminación no va a resolver nuestro problema de empleo. Todo lo que lograría sería empobrecernos y enfermarnos más. Traducción de Gerardo Chaves para La Nación.
Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía del 2008.
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