Walter Wanger is frisked by Deputy Sheriff James Anderson as the film producer and other county prisoners arrive at the Sheriff's honor farm at Castaic, near Los Angeles, California on June 6, 1952. Wanger is scheduled to finish his four-months terms there. He was sentenced for the jealous shooting of his wife's agent. Screen actress Joan Bennett is Wanger's wife. (AP Photo/David F. Smith) (David F. Smith)
Si algo puede salir mal, saldrá mal. Así ocurrió con
Walter Wanger, aristócrata, magnate y megalómano intentó recuperar la gloria perdida en Hollywood a costa de producir –en 1963– aquella cinta faraónica, imposible de filmar aún hoy con los recursos y la tecnología moderna.
El productor mimado de los grandes estudios estaba de “moco caído” desde que en 1951 encontró a su mujer, la actriz Joan Bennett, en plenas piruetas carnales con Jennings Lang –su amante y agente– según el decir de Kenneth Anger, en el libro
La escena pudo haber sido otra anécdota más, de no ser porque Wanger desenfundó su revólver y descerrajó un balazo directo a la virilidad de Jennings; con tan pésimo “pulso” que lo hirió en el muslo y casi lo mata, pero de una hemorragia.
Joan era una auténtica diva del cine clásico que alcanzó la celebridad como protagonista en cuatro filmes “noir”, dirigidos por Fritz Lang, quien llegó a obsesionarse con ella y le espiaba los pechos a través de la cámara, según la afilada lengua de Louella Parsons.
Ya tenía dos maridos a la cola, John Marion Fox y Gene Markey, cuando conoció a Wanger, tras el estreno de
Apenas zafó el lomo a Marker se casó con Walter y con su apoyo grabó sus dos cintas más emblemáticas:
Este había llegado a California como abogado, pero obsesionado con ser director. En poco tiempo se convirtió en un talentoso agente actoral y forjó una carrera creativa en la televisión, con series como
Así fue como conoció a Joan y el diablo hizo el resto. De las manitas el romance pasó a los abrazos y de ahí a los toqueteos en el auto, sitio donde los pilló Wanger, mientras estaban en un parqueo, tal como registraron los cotilleros faranduleros. Los celos, pero sobre todo el rabión que cargaba Walter por el fracaso de su película
Tras cuernos palos. Wanger enfrentó un juicio mediático que hizo las delicias de la prensa zafia; el juez lo sentenció a diez meses de cárcel pero se salvó por los pelos, ya que alegó locura temporal y le cambiaron la pena por dos años de servicio comunal.
El hilo se rompió por lo más delgado y Joan Bennett entró en barrena; cesaron sus películas, dejó de grabar en la radio y se divorció de Wanger, con quien tuvo dos hijos. A los 68 años, en 1978, se casó con el publicista David Wilde y murió en 1990.
Walter Wanger nació en 1894, con una cuchara de plata en la boca. Su padre –Sigmund Feuchtwanger– fue un empresario textil de origen judío que murió a los 50 años. La viuda, una aristócrata de la rancia sociedad neoyorkina, tomó a sus hijos y se fue a Europa, donde los cuatro hermanos recibieron una esmerada educación. A los 13 años regresó a Estados Unidos y tuvo sus primeras experiencias en el teatro.
Al estallar la Gran Guerra usó sus influencias familiares para obtener un puesto de aviador, pese a carecer de experiencia como piloto. Para su buena suerte fue enviado a una división de inteligencia y propaganda, donde descubrió su talento para el cine.
Cuando acabó el conflicto se casó con Justine Johnstone y encontró empleo en los estudios Paramount, donde aprendió todos los secretos de la producción cinematográfica.
“Además de un intelectual, era un genial hombre de cine que produjo filmes clásicos como
Walter era todo un personaje. Usaba un clavel rojo en la solapa y en el apogeo de su carrera tenía un salario diez veces mayor que el del presidente de los Estados Unidos: era una máquina de generar dinero en las taquillas.
Todo iba de perlas hasta que su mujer le puso los cuernos; erró en la elección de los filmes y entró en una crisis financiera que lo llevó al filo de la bancarrota.
Lo que empezó como una pequeña película basada en el libro de Carlo Mario Franzero,
Nada sale como estaba previsto. En principio el rodaje sería de 64 días y costaría $ 2 millones. Al final se extendió por 14 meses y costó $44 millones, que actualmente serían más de $320 millones.
Desde el arranque el presupuesto se disparó porque Wanger llamó a Elizabeth Taylor para ofrecerle el papel de Cleopatra y esta le dijo que con todo gusto lo haría siempre que le pagaran un millón de dólares. Era una broma pero Walter se la tragó y la contrató.
La estrella cobró como la auténtica reina del Nilo: 50 mil dólares por cada semana adicional de filmación, doce mil dólares mensuales para gastos, tiquetes gratis para su familia y 65 vestidos diferentes por valor de 195 mil dólares.
A ella se sumarían otros dos monstruos: Richard Burton, en el papel de Marco Antonio, y Rex Harrison –apodado el Rolls Royce de los actores – como Julio César.
La filmación comenzó en setiembre de 1960 en Londres. Wanger se creía Ramsés II; alquiló los estudios Pinewood, construyó casi cinco hectáreas de decorados exteriores, importó palmeras desde Oriente Medio y desvió una parte del río Támesis para simular El Nilo.
El frío y la neblina londinense hicieron estragos. La Taylor estuvo en un tris de morir a causa de la meningitis, tardó varias semanas en recuperarse y la filmación se trasladó a Roma. Ahí conoció a Burton y comenzó un romance escandaloso con el actor galés que fue como otra película aparte.
Un año después renunció el director Rouben Mamoulian cansado de revisar todas las noches el guion junto con Wanger; lo sustituyó Joseph Mankiewicz quien tiró a la basura los únicos 12 minutos filmados a un costo de $ 6 millones.
Mankiewicz era un perfeccionista obsesivo que filmaba las escenas decenas de veces; solo la entrada de Cleopatra a Roma duró seis meses en grabarse hasta que la luz natural fue la adecuada. El proyecto era un canasto roto: las pérdidas superaron los 40 millones de dólares.
Contradictoria, fascinante, lírica, apasionada, elegante y melancólica,