¿Nueva era? Si bien el mundo no se acabó en estos días, el camino por el que transita Costa Rica desde ya hace algunos años dista de colocar al país en la puerta de entrada a una nueva era de paz, igualdad y justicia. En este sentido, algunos de nuestros tiempos pasados tuvieron mejores orientaciones y resultados; alcanzarlos supondrá esfuerzo y rectificaciones de fondo, y construir esta nueva era exigirá aún mayor trabajo de nuestra sociedad.
El tiempo pasado y actual. No se trata de añorar los viejos buenos tiempos, pero sí de reconocer que nuestro país impulsó por largos periodos de su historia la inversión sistemática en su gente, en su infraestructura y en fórmulas productivas de inclusión, amparados por un cierto ideal compartido de igualdad. Baste recordar las tempranas decisiones en materia de acceso a la educación y luego a la seguridad social, la construcción de un estado de derecho e igualdad ante la ley, la densidad de la red de nuestras carreteras y caminos y las políticas de fomento productivo para generar transferencia tecnológica, riqueza y ocupación para muchos; también otras tardías, al borde del abismo, como el encuentro con la conservación y la protección de la biodiversidad.
Pero baste también recordar la negación y el abandono de algunos de esos rasgos: pérdida de cobertura educativa, una infraestructura en mal estado, seguridad social en un punto crítico, corrupción e impunidad, concentración del fomento productivo en crear una nueva economía por medio de incentivos y exenciones que llega a pocos ocupados y no se encadena con el resto de la economía.
También hemos asistido a rectificaciones, especialmente en algunos asuntos como educación, pero que ellas no alcanzan para honrar la promesa del artículo 50 de la Constitución Política: el Estado procurará el mayor bienestar a todos los habitantes del país, organizando y estimulando la producción y el más adecuado reparto de la riqueza. La consecuencia ha sido una creciente desigualdad y una pérdida de la fe en la política, los políticos y las instituciones, subrayada por algunos de los comportamientos y prácticas políticas.
Lo raro. Hoy algunos, especialmente políticos, extrañan lo que llaman gobernabilidad. La gente común prefiere abandonar la política a su suerte, que ya no es mucha, refugiarse en su propia vida y declararse feliz. Lo raro es que se invoca y añora un resultado, sin poner los medios para lograrlo. Por esto conviene hacer explícito un concepto que relaciona la gobernabilidad democrática con prácticas políticas, valores e instituciones, bajo las cuales una sociedad administra sus asuntos. Planteada así, la gobernabilidad democrática está en función de la habilidad del Gobierno y de los distintos sectores sociales para combinar adecuadamente en un período, aspiraciones tales como: crecimiento económico en un contexto de estabilidad macroeconómica; márgenes satisfactorios de equidad, igualdad de oportunidades y protección social; grados crecientes de participación ciudadana en las decisiones políticas; seguridad ciudadana; sostenibilidad ambiental, etc.
La ingobernabilidad es su contrario, esto es, aquello que perjudique o reduzca la capacidad de una sociedad de administrar sus asuntos, y esto además de manera democrática. Lo raro es, entonces, que en Costa Rica se hubiera mantenido invariable la gobernabilidad con tal manejo de los asuntos de la sociedad.
Es, pues, necesario rectificar el rumbo para que el país se encuentre en posición de entrar a una nueva era de paz, igualdad y justicia.
Miguel Gutiérrez Saxe. Director, programa Estado de la Nación