La estación lluviosa (“invierno”) en Costa Rica aporta agua que riega los campos, nos sirve de bebida y alimenta ríos que, entre otras cosas, aportan un insumo barato para producir la mayor parte de la energía eléctrica que consumimos. Algunas veces la lluvia provoca inundaciones y derrumbes, que son fuente de malestar social. Pero quisiera recordar con este escrito otra característica de la estación lluviosa: durante los meses de invierno, de cielos nublados, las estrellas parecieran esconderse de nuestra vista.
Siempre he admirado la capacidad analítica, y la buena dirección de la curiosidad, de gentes de tiempos pasados, que notaron que la mayoría de los millones de objetos brillantes en el cielo nocturno se movían de manera predecible (como la Luna y las estrellas), tanto que podrían usarlos de guía para la navegación nocturna, pero que otros deambulaban a su gusto. A estos, unos cinco que a puro ojo se podían identificar, los llamaron planetas, que significa algo así como vagabundos, y los utilizaron para designar (junto con Solis y Lunae) los días de la semana: Martis, Mercurii, Jovis, Veneris y Saturni. Lo que quizá no notaron fue que la Tierra era también uno de esos vagabundos.
En su viaje anual alrededor del Sol, la Tierra parece visitar una serie de constelaciones, pero en los meses nublados hasta la Luna cuesta ver. Con la llegada de la estación seca se ilumina el firmamento y, desde cualquier sitio abierto pero oscuro, aparecen constelaciones que solo son visibles en esa época. Una que destaca es Orión, que en los días de enero, a eso de las nueve de la noche, se posa prácticamente encima del observador. A Orión la caracterizan tres estrellas situadas en línea recta (conocidas en América Latina como las Tres Marías , en honor María la de Santiago, María Magdalena y la Virgen María, fieles compañeras de Jesús en su pasión), que proyectadas al S.E. apuntan hacia Sirio. Sirio, en la constelación vecina Can Mayor, es la estrella más brillante de la noche y una de las más cercanas a la Tierra. Aunque de aquí se ven pequeñas, cualquiera de las Marías es de muchísima más luminosidad absoluta que el Sol.
La constelación Orión tuvo, para la exquisita imaginación de los antiguos, la forma de un gigantesco cazador (con las María s en su cintura, Rigel en el final de un pie, Betelgeuse en una axila y otras estrellas de menor luminosidad relativa dando forma a lo demás). Es visible solo de octubre a marzo, pues el resto del tiempo se sitúa detrás del Sol, cuya luz, que deslumbra, nos impide verla desde la Tierra. Su nombre es el del héroe de la mitología griega, quien fue muerto por Escorpión. Por su muerte los dioses sintieron lástima y decidieron ponerlo en el firmamento, cerca de su fiel perro, Sirio, y de los animales que él cazó.
A Escorpión lo colocaron en el lado opuesto, para que nunca volviera a hacerle daño alguno. Por eso Orión y Escorpión nunca son vistos a la vez desde ningún punto de la Tierra. A Orión lo cita Homero en la Odisea y la Ilíada , y Virgilio, en la Eneida . En Costa Rica un equipo de fútbol, actualmente al pie de la tabla, lleva su nombre.
La moderna iluminación urbana, la tele, los PC, los teléfonos celulares, el que la gente se transporte en buses y autos, y no a pie, han reducido el interés en la contemplación del firmamento durante las noches de la época seca. Es una lástima. Porque ver la maravilla que constituye un cielo estrellado nos ayuda a admirar más el poder supremo de Dios. Si lo hiciéramos más a menudo, quizá más apreciaríamos el canto místico “Gloria in excelsis Deo”.
Yo invito a los lectores de este sencillo escrito a que aprovechen las bellas noches de enero (el 15 es ideal) y que a eso de las 9 p. m., aperados con una chaqueta y (en mi caso, con una copa de vino, un pedazo de pan y otro de queso maduro), se sitúen en algún sitio oscuro fuera de sus casas y dirijan su mirada al cielo. Allí hallarán a las Tres Marías , a Sirio y a millones de estrellas saludándoles silenciosa pero brillantemente, como lo han hecho, y harán, por siglos de siglos.