Para coincidencias jocosas, notemos la del festejo cultural del traspaso de poderes de ayer.
“Los batracios, cuando saltan, creen que están volando”, había dicho Óscar Arias refiriéndose a sus opositores en la última entrevista que concedió a La Nación en su cargo de presidente.
Ayer, la pieza que abrió el acto cultural del traspaso de poderes fue la parrandera guanacasteca El brinco del sapo , de Isidoro Guadamuz. Pero, a diferencia de la frase del exmandatario, la pieza de ayer se interpretó con alegría.
Para ver gente contenta, suénenle una cimarrona. El comentario no es gratuito, pues lo mejor del espectáculo de ayer fue la respuesta de un público animado.
La gente hizo eco con gritos más fuertes que los de los músicos y con chiflidos más agudos que los de los boyeros durante los quince minutos del show .
Uno de los aciertos de esta fiesta coreografiada fue la de hacer un espectáculo envolvente. Dada la dispersión del público, hubiera sido imposible plantearlo de otra manera que no fuese teniendo varias zonas de interés.
Lo que el público perdió en atender a los detalles lo ganó en intensidad de la experiencia, pues donde fuera que viese había algún artista bailando, saltando o tocando un instrumento.
Múltiple. La mezcla de géneros bailables, de ayer y de hoy, también fue una sorpresa. ¿Dónde se pueden mirar juntos el baile callejero del breakdance , el salonero del swing criollo y la contestataria fiesta de los diablitos? Un traspaso de poderes no hubiera estado entre nuestras opciones.
El productor del evento, Anselmo Navarro, afirmó que el espectáculo transcurrió casi como una máquina de relojería. “Solo hubo un compás de atraso”, reveló.
No obstante, hubo espectadores que hicieron notar mucha descoordinación entre los bailarines. Imaginamos que lo apresurado del montaje y la falta de más ensayos les jugaron una mala pasada a algunos intérpretes.
Lo que definitivamente no ayudó a seguir el paso a una de las bailarinas de swing criollo fue el “camarazo” que recibió cuando una de las grúas que ayudaban a la filmación le pegó por la cabeza.
Los boyeros pusieron la nota nostálgica en la concurrencia. No obstante, una flotilla de recogedores de “gracias” siguieron a sus animales inmediatamente después de su desfile.
Bien hecho: está muy bien la nostalgia, pero la boñiga se nos sale del protocolo.