Con cierta orgullosa rudeza, Carlos Luis Fallas ( Calufa ) pregonaba que ni siquiera dominaba “las más ele-mentales reglas del español”, único idioma que conocía. Pese a esta aparente limitación, gozó del privilegio –en verdad insólito en nuestro medio literario– de ver sus textos vertidos a una decena de lenguas.
Esa es una llamativa paradoja que ya había identificado Enrique Benavides a inicios de la década de 1970: los únicos que habían logrado proyectar su obra en el medio internacional eran aquellos que él denominó “escritores iletrados” ( Calufa, José León Sánchez y Alfredo Oreamuno Sinatra ).
El reciente centenario de Calufa (1909-2009) es una ocasión propicia para reflexionar sobre uno de los temas más añejos de nuestro medio literario: las circunstancias que propiciaron las traducciones masivas de sus novelas.
Desde los desvelos de Máximo Fernández por demostrar, mediante la Lira costarricense (1890-1891), que aquí se cultiva algo más que el café, hasta las recientes reflexiones de Carlos Cortés, los escritores nacionales han sido dolorosamente conscientes de la especie de aldeano ostracismo al que parece condenada nuestra producción literaria.
Excepciones. En tanto que la lírica nicaragüense y la narrativa guatemalteca gozan de merecido reconocimiento, la escritura costarricense no ha superado las limitadas posibilidades de un mercado signado por tiradas artesanales, una crítica en ocasiones inexistente y unos premios muchas veces objetables.
Sin embargo, algunos pocos textos aislados han trascendido esas barreras invisibles y han alcanzado una proyección internacional.
Fabián Dobles, Joaquín Gutiérrez, José León Sánchez y, por supuesto, Carlos Luis Fallas son de los pocos escritores costarricenses que lograron ver sus textos traducidos a otras lenguas y, por ende, inscritos en circuitos de mayor tradición literaria. En el caso de Calufa, las novelas Mamita Yunai y Marcos Ramírez fueron las que recibieron mayor atención.
El propio Fallas reconoció que Mamita Yunai fue rescatada del olvido por una intervención foránea: “El soplo poderoso del gran poeta Pablo Neruda la echó a correr por el mundo”. En el Canto general , el poeta chileno alabó la figura del peón de la novela de Calufa, convertido en icono continental de la lucha proletaria: “Calero, trabajador del banano (Costa Rica, 1940). No te conozco. En las páginas de Fallas leí tu vida, gigante oscuro, niño golpeado, harapiento y errante”.
Durante mucho tiempo se ha comentado que la filiación política de Fallas –al igual que la de Dobles, Gutiérrez y Herrera García– fue la causa determinante de la circulación de sus novelas en la Europa prosoviética. Este es un factor de indudable relevancia –cuya aceptación no significa desconocer los méritos estéticos y políticos del Calufa escritor–, mas por sí solo es una explicación mecanicista y en extremo simplificadora.
“Tolerable”. En principio, es necesario considerar al menos dos coyunturas políticas europeas que incidieron en forma directa en la traducción a diversas lenguas de algunos exponentes de una literatura marginal como la costarricense. Ambas situaciones se relacionan con la reconfiguración del espacio político europeo tras el final de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la guerra fría.
En primer lugar, a partir de la década de 1950 y en especial tras el triunfo de la revolución cubana, el hispanismo y el latinoamericanismo alcanzaron un amplio desarrollo en los países socialistas.
Como ha señalado el hispanista húngaro Ádam Anderle, los estudios latinoamericanos fueron catalogados por la política cultural de los partidos comunistas como “tolerables” (las otras categorías fueron “prohibido” y “apoyable”); es decir, inocuos para el statu quo.
Ese margen de maniobra convirtió el estudio de la historia, la política, la economía y la literatura de América Latina en un refugio para multitud de académicos temerosos de las represalias de un aparato estatal especialmente susceptible a todo discurso que pudiera representar una crítica al sistema.
En forma paralela al crecimiento del número de estudiosos, proliferaron las traducciones, en especial de los textos literarios que permitieran remitir las contradic-ciones y la lucha de clases al lejano y exótico paisaje latinoamericano.
Versiones. Ese fue el contexto básico que potenció la traducción de Mamita Yunai, Marcos Ramírez y Mi madrina , en especial a lenguas de Europa central y oriental.
Mamita Yunai, publicada originalmente en Costa Rica en 1941, fue ampliamente traducida a partir de la década de 1950: Maminka Junaj (Checoslovaquia, 1953), Die grüne Hölle (República Democrática Alemana, 1954), Mamita Yunai (Italia, 1955), Mamita Yunai (Rumania, 1955), Mamita Yunai (Hungría, 1955), Roheline porgu: Mamita Yunai (Estonia, 1961), Mamita Yunai (Maman Banane and Co.) (Francia, 1964) y una nueva edición francesa, con prefacio de Miguel Ángel Asturias, Mamita Yunai (1971).
A las anteriores habría que sumar las ediciones rusa y polaca que Fallas mencionó en el prólogo a la edición mexicana de 1957.
La primera versión en lengua extranjera de Marcos Ramírez fue la polaca, en 1952, a la que siguió la alemana en 1955, traducida por Hans Wiltsch, quien poco después vertería también Cocorí , de Joaquín Gutiérrez. En 1977 apareció en Bratislava la traducción al checo: Dobrodruzstvo mojho zivota.
La segunda circunstancia que propició la internacionalización de las novelas de Fallas se relaciona con el medio editorial francés de la posguerra. Hacia 1950, la Editorial Gallimard intentó recuperar su antigua preeminencia, puesta en entredicho por la ambigua actitud de su fundador y director, Gaston Gallimard, ante la ocupación nazi de 1940 a 1944. A fin de poner su catálogo a tono con las nuevas condiciones, Gallimard creó las denominadas “colecciones modernas” – Série Noire, Espoir y Croix du Sud – y puso al frente de ellas a intelectuales tan reconocidos como Marcel Duhamel, Albert Camus y Roger Caillois, respectivamente.
Tarea pendiente. El sociólogo y crítico literario Roger Caillois gozaba de una amplia experiencia en el continente americano pues había pasado en la Argentina los años de la guerra y había cultivado una estrecha relación con Silvina Ocampo y con algunos de los más destacados escritores rioplatenses.
En poco tiempo, Croix du Sud (Cruz del Sur) se constituyó en el centro difusor de la literatura latinoamericana en Europa; sus traducciones de Borges, Asturias, Rulfo, Güiraldes y otros de los grandes nombres latinoamericanos contribuyeron a crear el ambiente propicio para el éxito del movimiento del bum de la década siguiente.
En 1956, en traducción de J. F. Reille, apareció, en Croix du Sud, Marcos Ramírez, aventures d’un enfant . Por el prestigio de la colección y de la editorial, así como por el hecho de ser el francés una de las lenguas literarias de mayor peso en el mundo, ese fue tal vez el mayor éxito de difusión de toda la carrera literaria de Carlos Luis Fallas.
Está por escribirse la historia de la literatura costarricense, a pesar de los notables esfuerzos de intelectuales de la talla de Álvaro Quesada, Flora Ovares y otros más.
En el caso particular de la historia de la recepción de nuestros textos, en el plano nacional y aún más en el extranjero, existe un largo y amplio camino por recorrer que espera la contribución de nuevos investigadores que conjuguen lo mejor de nuestra tradición crítica con renovadas metodologías de interpretación histórica.