Frente a los “otros”, esos que no son “como nosotros”, reaccionamos en un rango desde la empatía y la curiosidad a la abierta animadversión.
Debido a un vestigio evolutivo de cuando nos acercábamos instintivamente por afinidad genética, la gente busca a quienes se le parecen en lo físico y extrapola similitudes en cuanto a actitudes y valores.
Así se creó a lo largo de la historia un complejo sentido de “pertenencia” a grupos y clanes pero también a castas y élites, es decir, de segregación hacia dentro y hacia fuera, con extremos atroces. La cohesión social no pasa por negar diferencias internas y apartar a los “otros”, sino por convivir en la diversidad.
La transnacionalización de la economía nos convirtió a todos en consumidores, por ejemplo en “comehamburguesas”, pero ha resaltado nuestras diferencias en segmentos que prefieren el BBQ o el curry, acompañada con bolita de arroz o con jalapeños, pequeña o extra grande, halal o kosher . También hay ambientes –edificios, barrios, tiendas y restaurantes– según preferencias. Incluso hay quienes buscan pareja que se les parezca.
Interactuar solo con gente que comparte contextos similares pueda que facilite algunas cosas, pero los expertos apuntan a que las complica pues reduce nuestra flexibilidad neuronal para adaptarnos a un mundo diverso y competitivo.
Hay gente dispuesta a probar el curry y otra que jamás lo probará, pero se trata de ser capaces de convivir en el mismo restaurante, el mismo barrio, la misma empresa y el mismo país. Las sociedades que creen que el mundo puede mejorar con la ayuda de cada uno y dejan de ver a “los otros” como riesgo, aumentan la confianza social, y esta hace que haya más participación cívica, mejora el desempeño estatal y baja la criminalidad y la corrupción.
Al principio no es fácil. El paso a las escuelas mixtas fue todo un choque social, pero hoy poquísimos niños se sorprenden de que una compañerita –de cualquier origen– sea igual o mejor que ellos en futbol o en matemáticas y que sea la presidenta de la clase.
Si parafraseamos la tonada que sirve de título, si los bonitos quieren desaparecer a los feos, y estos a los nerds, y esos a los tontos, y aquellos a los bonitos, podemos iniciar una guerra mundial por el tipo de cabello.
No huyamos de “los otros”. Quien escoge un restaurante veggie y sin niños, ¿vivirá en un edificio sin ancianos ni latinos? ¿Puede la segmentación de mercado ocultar una segregación disimulada?
Convivir entre clones en enclaves étnicos, de clase, ideológicos, morales, laborales o estéticos es una opción que aísla de una realidad diversa y que enloqueció de impotencia a Anders Behring, el responsable del atentado en Noruega.