Gracias a su correspondencia y a los testimonios de sus contemporáneos, conocemos bastante bien cuáles son las obras perdidas de Yolanda Oreamuno, o al menos las que ella mencionó haber escrito o sometido a una editorial. Es indiscutible la existencia de Por tierra firme, leída por una decena de personas y extraviada después del fallido concurso destinado a escoger la mejor obra costarricense que disputaría en Nueva York el premio latinoamericano de novela en 1940. Lo demás es leyenda. Oreamuno rechazó la decisión del jurado al saber que este, muy “a la tica”, no había escogido un ganador, sino tres, y que además había concedido dos menciones honoríficas. Con su airada protesta declaró algo que tres cuartos de siglo después sigue siendo válido: “Es ya un mal endémico en Costa Rica eso de eludir los problemas. Quizás sea este el punto más grave de la cuestión social en nuestro país”. Tenía 24 años.
Las otras novelas ganadoras fueron Aguas turbias , la primera obra de un desconocido escritor algo menor que ella, Fabián Dobles, y Pedro Arnáez , la obra maestra de un narrador consolidado, José Marín Cañas. Con excepción de Por tierra firme , todas las novelas se publicaron gracias a la editorial Letras Nacionales, fundada dos años después por Enrique Macaya Lah-mann y José Joaquín Trejos, futuro presidente de la República.
El concurso internacional de novela de la Unión Panamericana y de la editorial Farrar and Rinehart, de Nueva York, trajo idénticas consecuencias en el resto del continente. Tal vez la más conocida sea la desaparición durante 35 años de la segunda novela del ahora famoso escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, Tiempo de abrazar , quien representó sin éxito a su país en el certamen.
En Costa Rica no sólo se perdió Por tierra firme, sino que Marín Cañas abandonó la literatura. La mitología cuenta que envió el manuscrito de Pedro Arnáez a Nueva York y que le fue devuelto del mismo modo, sin abrir, con las páginas engomadas. Como dijo de sí mismo el cuentista norteamericano Raymond Carver, “la ambición y un poco de suerte son cosas buenas para un escritor; demasiada ambición y mala suerte, o falta total de suerte, pueden ser letales”.
Hacia La ruta de su evasión . Después del episodio de Por tierra firme se han recogido numerosos testimonios y notas periodísticas sobre una novela posterior, Dos tormentas y una aurora , destinada a aparecer en 1945 en la prestigiosa editorial mexicana Leyenda. Además, su amiga Lilia Ramos menciona otra novela anterior a La ruta de su evasión : De ahora en adelante , desaparecida en Guatemala y de la que afirma haber escuchado varios capítulos en una lectura pública.
En una de sus cartas a Joaquín García Monge, a quien ella consideraba su padre literario, Yolanda cuenta que Dos tormentas y una aurora ya no saldrá.
La novela debía presentarse con un prólogo de Alfonso Reyes, y ella le explica que el escritor mexicano, cercano a García Monge, “le falló en pleno como amigo”. Un año antes, Reyes había publicado, en la misma editorial, uno de sus libros de crónicas, Norte y sur , y le sirvió de intermediario con el editor.
Las investigaciones exhaustivas de Eugenio García Carrillo, tomando como base el archivo de su padre, García Monge, editor del Repertorio Americano , y de Rima de Vallbona, dejan poco margen a la especulación sobre el destino final de estos textos. Es casi seguro que son irrecuperables.
En Fulgores de mi ocaso (1978), libro publicado tardíamente y escrito durante varias décadas, Lilia Ramos recuerda con escepticismo la construcción del mito de las obras perdidas: “Circulan rumores: imposible dar otra categoría a las aseveraciones que se repiten. En el Congreso de Escritores de América Latina, en México, marzo de 1967, la desaparición de las obras de Yolanda Oreamuno es tema de conversaciones, sobre todo con sus amigos de Guatemala. Uno muy firme, Augusto Monterroso, me asegura que en su tierra creen en un extravío definitivo y temen el plagio. Y yo con tristeza me digo: es probable que el robo de su, nuestro tesoro esté en los designios de su hado”.
García Carrillo opina que otras obras mencionadas, como Casta sombría , se refundieron en La ruta de su evasión , y que su última novela, José de la Cruz recoge su muerte , nunca llegó a escribirse. Según la cronología incluida en Relatos escogidos , a cargo de Alfonso Chase, Eunice Odio más bien opinaba que Casta sombría se convirtió en Dos tormentas y una aurora. Lo más probable es que ambos títulos terminaran siendo ensayos preparatorios de La poseída , título original de La ruta de su evasión .
La muerte brutal y desolada de Odio, en 1974 –quien vio morir a Yolanda en las mismas condiciones en las que ella lo hizo 18 años después–, destierra cualquier posibilidad de recuperar un archivo que nunca existió o de salvar unos papeles que el tiempo había dispersado de antemano, según se desprende de los ensayos de Lilia Ramos.
Rima de Vallbona realizó una rigurosa reconstrucción del proceso creativo de la novelista en Yolanda Oreamuno (1972) y en su segunda edición, corregida, La narrativa de Yolanda Oreamuno (1996), y logró rescatar un capítulo de Dos tormentas y una aurora , “Juan Ferrero”, y artículos y cuentos previamente mencionados por Ramos. Ir hacia atrás en el tiempo, detrás de novelas escritas o imaginadas casi 70 años antes, parece imposible salvo en la imaginación literaria.
¿Extraviados o abandonados? Todavía en la década de 1980, perder el manuscrito de una obra inédita podía ser frecuente, sobre todo si el escritor no se preocupaba por impedirlo, como sus confidentes le reprocharon siempre a Oreamuno.
Incluso le sucedió a García Márquez y a Ernesto Sabato, a mediados del siglo XX, y fueron sus amigos quienes se ocuparon de salvaguardar originales que luego se publicarían.
Antes de las fotocopias de bajo costo y buena calidad, los autores no tenían otra alternativa que el papel carbón y muy pocos podían darse el lujo de pagar una secretaria.
De no haber sido por la cultura de revistas literarias que prevalecía entonces, no conoceríamos los 19 relatos que se conocen de ella, además de artículos y ensayos.
Yolanda no disponía de copias, o de muy pocas, y entregaba originales que luego no recuperaba. Lilia Ramos califica ese hábito de “suicidio” porque la novelista se vanagloriaba de haberlos perdido.
A diferencia de Franz Kafka, el oscuro burócrata checo que le pidió a su amigo quemar sus papeles al morir, por un perfeccionismo extremo, Yolanda Oreamuno fue una mujer fulgurante que persiguió el éxito literario y combatió toda su vida con su propia sombra, su belleza física, que la convertía tanto en un monstruo como en un ángel, y con las limitaciones sociales que le impuso la condición femenina.
Hasta hace algunas décadas era posible escuchar a sus contemporáneos referirse a ella en una mezcla de admiración, deseo y velada misoginia. ¿Qué Yolanda Oreamuno conocieron? ¿Qué Yolanda quisieron hacer suya? Ninguno de ellos hablaba de una escritora ni analizaba su literatura.
Ella misma se consideraba un “mito popular”, como le escribió a García Monge, y hay que admitir que a nosotros mismos, aunque estemos de este lado del espejo, también nos cuesta abstraernos al embrujo. Como en el caso de los héroes y las heroínas que murieron jóvenes, bellos y trágicos, el mito los hace inmortales y la contradicción humana anhela completar los espacios vacíos de su existencia. Con Yolanda ocurre igual.
¿Por qué dispersó sus textos: por una sucesión de peripecias del hado, por un afán de autodestrucción, por miedo a descubrir que no era un genio –como decía de ella Eunice Odio– y no poder representar un papel que temía y que deseaba a la vez? Al lado de la trascendencia de La ruta de su evasión , estas preguntas parecen banales.
El autor es escritor y periodista. Su más reciente libro es 'La última aventura de Batman' (cuentos; Uruk, Editores).