A los siete años empecé a ir al cine. Las películas más corrientes eran mudas (Chaplin, El Gordo y el Flaco'); en aquellos tiempos, el público vociferaba, prevenía al bueno de un ataque traicionero, lloraba y reía con estruendo, mientras los héroes y heroínas imponían su mutismo en la pantalla. Al revés de lo que pasa hoy, cuando los actores hablan y la gente permanece callada en su butaca.
Tal contraste me asaltó a la hora de ver Elartista, una cinta muda irreprochable, donde cada cosa está en su debido lugar (actuación, foto, guion, música, dirección) y el espectador, cualquier clase de espectador, siente que está disfrutando una obra de arte.
No hay efectos tecnológicos de esos que actualmente saturan el cine. Mejor dicho, hay uno apenas: el retumbo de una hoja de papel de diario que anuncia en su primera plana un cambio de época, trágico en la vida de muchos cultores del cine mudo: el sonoro había llegado... ¡y para quedarse! Estamos en 1927.
Canto del cisne. No pocos cineastas de prestigio –Chaplin, Eisenstein, Alfred Hitchcock, por ejemplo – rechazaron en su día la innovación, igual que la mayoría de divos y divas. El artista muestra la desgracia particular de George Valentine, actor celebérrimo.
Es que el cine mudohabía ya elaborado, al cabo de un largo itinerario de ensayo y error, su propio lenguaje de 16 fotogramas por segundo, un lenguaje que reunía el silencio y la fotografía en blanco y negro para transferir un código expresivo y comunicativo equivalente a la palabra, sin necesidad de emitirla. ¿Y por qué? Porque la palabra estaba presente como discurso interior.
Y aquí voy a recordar que las primeras cintas mudas usaron el color, sea a través del coloreado a mano, la inhibición o los virados, recursos excluidos cuando el cine no parlante descubrió por fin las posibilidades cromáticas del blanco y negro: resulta que la muy buscada solución consistía en trabajar la tonalidad dominante del plano y adecuar dicho tono al carácter de las distintas escenas, perfeccionando el ritmo así logrado con la partitura musical (ejecutada por orquesta, piano, pianola, o reproducida en un gromófono).
De allí que los asomos vanguardistas del sonoro, la mínima de sus ocurrencias, aun su velocidad de 24 fotogramas, fueran vistos por los viejos creadores como el cantodelcisnedeunaconcepcióndelsétimoarte, caída en desgracia ante la fuerza del nuevo idioma que ahora ganaba el favor de multitudes cada vez más habituadas a la voz humana gracias al auge de la radio.
Alguien bajo la lluvia. La historia que narra El artista tiene su contrapartida en un filme de 1952: Cantando bajo la lluvia, en realidad una parodia sobre los trémulos inicios del sonoro que, pese a sus ventajas competitivas, no lograba cuajar una estética diferente, hasta que advino el musical, género explorado y explotado por la Metro y que cerró esta grave puja de nuestra civilización audiovisual.
Un episodio que Elartista revive del lado de los perdedores y que forma parte del inconsciente colectivo que, de tarde en tarde, revisita el anteayer y lo torna presente, haciendo que lo degustemos por primera vez.
Casi, casi un milagro.