Despues de un mes de su accidente el ciclista de origen cubano Raul Granjel,se recupera en una casa en Coronado,al lado de su padre Carlos Granjel,ambos partiran en los proximos dia a la isla caribea,para continuar con su recuperacion.Foto de Jorge Castillo.24/1/11. (JORGE CASTILLO)
Quería ser el primero en ganar una etapa de la Vuelta a Costa Rica 2010, pero fue el primero en abandonarla.
El 17 de diciembre por la mañana, Raúl Granjel Cabreja partió de Moravia con el número 102 en su espalda. Era apenas la primera etapa del giro costarricense 2010. El ciclista cubano empezó a pedalear con rumbo a la meta, 122 kilómetros más adelante –en el centro de Esparza–; sin embargo, la tragedia lo alcanzó antes.
Después de pasar San Ramón, en la cuesta de Cambronero, se le pinchó una llanta. Tan rápido como pudo, arregló el desperfecto, subió a su bicicleta y soltó el freno para empezar el descenso a más de 80 kilómetros por hora.
Cerca del medio día, la desgracia lo esperaba en una curva. Confiado de que el tránsito estaba cerrado por la competencia, Granjel invadió el carril izquierdo y colisionó de frente con un carro que salía de una finca cercana. Fue un golpe seco. El holguinero de 23 años dio varias vueltas en el aire, cayó a la carretera y se deslizó varios metros hasta chocar contra una baranda a la orilla de un guindo.
Los paramédicos llegaron en cuestión de minutos. Tuvo dificultades para respirar, por lo que debió ser intubado mientras lo trasladaban al hospital Monseñor Sanabria de Puntarenas y luego, al Hospital México, en San José, donde quedó internado en la Unidad de Cuidados Intensivos de Neurocirugía, bajo un pronóstico reservado.
El mismo día del accidente la noticia llegó hasta la casa de los Granjel Cabreja, en Holguín (Cuba), aunque no por la vía oficial.
“Unas amistades de Colombia leyeron la noticia en Internet y la pasaron al Velódromo Nacional, en La Habana; unos ciclistas la escucharon y se la contaron a unos amigos nuestros que viven cerca del velódromo. Ellos me llamaron a Holguín para saber qué había ocurrido, y ahí fue cuando me enteré”, recuerda Carlos Granjel Vidal, padre de Raúl.
Al día siguiente, para cuando los funcionarios de la Federación Cubana de Ciclismo llegaron a informarles sobre el suceso, ya don Carlos, con valentía y tacto, les había contado a su esposa y su nuera –a punto de dar a luz– la desgracia del futuro padre.
“Fue algo impactante. Nosotros pensamos que sabemos el riesgo de este deporte, que uno está preparado para este tipo de noticias, pero no, eso no lleva preparación, eso llega, se vive, se sufre”, explica.
Fueron días de llanto y zozobra. En la Federación les recomendaron esperar una semana para ver si había alguna mejoría y podían traer a Raúl de regreso a Cuba. Los siete días pasaron y, como el joven seguía en estado crítico, la familia decidió que don Carlos viajara a Costa Rica.
Dejó su trabajo en una tienda de materiales de oficina y recorrió 735 kilómetros hasta la capital cubana. Ahí esperó otra semana mientras realizaba los trámites migratorios, hasta que el 31 de diciembre llegó a suelo tico.
Raúl seguía en cuidados intensivos. Días antes, los médicos del Hospital México habían intentado sin éxito quitarle la sedación y la respiración asistida. Si bien presentaba leves mejorías, resultaba angustiante mirarlo en la cama del hospital.
“No lo vi cuando llegué. Me decían que no iba a reaccionar porque estaba bajo un coma medicamentoso porque, cuando perdía el efecto de los sedantes, se desesperaba, movía las piernas y los brazos como si aún estuviera montado en la bicicleta. El primer día que lo ví, sinceramente me desplomé”.
Le daban una hora al mediodía y otra hora en la tarde para ver a su único hijo. Afuera del cuarto, sus compañeros de equipo habían regresado a Cuba; pero no estaba solo, el embajador de la isla en Costa Rica, Antonio Miguel Pardo, y la Asociación de Residentes Cubanos permanecían pendientes de su compatriota.
Con don Carlos también llegaron las buenas noticias. Aunque le decían que su hijo no percibía nada, se mantenía tomado de su mano. Días después, Raúl le confirmó que había sentido su presencia y a partir de ese momento, todo fue mejoría.
El 3 de enero, la reducción en la dosis del sedante le permitió a Granjel estar consciente para escuchar la mejor noticia de todas: un día antes había nacido su primogénito, Benjamín Alejandro.
“Cuando se lo conté, él lloró. No podía hablar porque tenía las sondas puestas, pero hizo el gesto del llanto y lágrimas de alegría empezaron a correr por sus ojos. La noticia lo tocó de manera positiva y eso ayudó mucho”, relata el orgulloso abuelo.
Durante las dos semanas siguientes, Raúl mostró gran mejoría. Abandonó la Unidad de Cuidados Intensivos y fue trasladado a un salón de Neurocirugía; respiró y comió por su cuenta, movió sus extremidades, dio sus primeros pasitos, reconoció a sus amigos y respondió a todo lo que se le decía, aunque tenía problemas para hablar. El 22 de enero, más de un mes después del accidente, fue dado de alta.
En una silla de ruedas, Granjel salió del Hospital México y se hospedó con su padre, en Coronado. Ahí continuó por varios días con la terapia y el tratamiento, antes de viajar a su país para completar su rehabilitación.
“Todos dicen que es lento; que pasará un mes para recuperar la movilidad del brazo, y sentirme bien, pero con ayuda de mis padres y amigos lo voy a lograr. Voy a seguir pa’lante, quiero volver a Cuba, conocer a mi niño y seguir andando en bicicleta”, asegura Raúl arrastrando las palabras.
Cuando lleguen a La Habana, Raúl seguirá luchando por volver a caminar, a montar en
“Estoy seguro que es un milagro. A veces le pedía a Dios el milagro de la sanidad en su vida, pero el principal milagro fue que Dios preservó su vida. Y si permitió esto es porque tiene algún propósito para él. Dios nos da la prueba y también nos da la salida”.