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Melancolía

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Veo mis viejas películas clásicas... esos actores, sus gestos, su voz, su presencia, su vitalidad... todos muertos. Y no puedo creerlo –o entenderlo–. Cánceres, crisis cardiacas, droga, alcoholismo, accidentes aéreos... pero no puede ser: ¡ahí están, vivos, los estoy viendo! Ignorantes, bajo el gozo de las cámaras, de su muerte, a veces inminente, a veces diferida. Como las fotos –la expresión, aún sonriente y saludable– de alguien que habría de morir días después. Una intolerable coincidentia oppositorum . La vida en la muerte, la muerte en la vida. Algo disuena profundamente en mi alma. Ahora mismo veo una entrevista con Montand... observo, incrédulo, sus gestos, oigo su voz... ¡pero si está vivo! ¿Me engañan mis sentidos? Tan vital, tan elocuente... pero yo, desgraciadamente, sé más que él: sé su muerte. Sin embargo, gracias al cine, al movimiento de la imagen, la muerte ha perdido sobre nosotros su absoluta potestad. Pienso en Horacio: “No todo en mí perecerá”. El retrato, la fotografía, el fonógrafo, el cine... la muerte va siendo menos absoluta, menos inapelable. La Odalisca , de Ingres; el Charlot de Chaplin, la desaprensiva pareja que Doisneau inmortaliza en su foto El beso, ¿no están más vivos que la mayoría de los vivos que nos cruzamos cada día en la calle?








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