Max Nordau no suscitó el afecto de José Asunción Silva, poeta admirable, viajero, colombiano y suicida. Sin preverlo, el médico Nordau había conseguido que los aedos modernistas del 900 lo detestasen con una dedicación que solo ponían en su métrica infalible. Ante aquellos, Max nunca descubrió el secreto de Pedro Infante: hacerse querer.
En 1892, en alemán, Nordau había publicado Degeneración , libro cuyo título reducía mucho la posibilidad de dedicarlo a las novias. Lo mejor de Degeneración es que no era una autobiografía; lo peor, que, en él, Herr Max desorbitó su asalto contra el arte del momento: lo tildó de expresión degenerada de una sociedad también degenerada.
En aquel diagnóstico del médico Nordau caían las frutas prohibibles del impresionismo en la pintura, del naturalismo literario y de la poesía “decadentista” de Verlaine; y contra la música exageraba la nota. Para Nordau, Richard Wagner “cargaba con una cantidad mayor de degeneración que todos los otros degenerados juntos”, como recuerda el filósofo argentino Juan José Sebreli ( Las aventuras de la vanguardia , capítulo V). Además, según Max Nordau, Verlaine era un “repulsivo degenerado con cerebro asimétrico y rostro mongólico”.
Rubén Darío había adoptado al poeta francés Paul Verlaine como “padre y maestro mágico, liróforo celeste”, de modo que, para los modernistas, mentar mal a Verlaine era como mentarles el padre.
(Mientras se aclaran los nublados de la semántica, habría que indicar que ser ‘ liróforo’ no era haber contraído otra grave enfermedad del arte. ‘Liróforo’ solo es un neologismo de Rubén Darío, quien solía grecizar a mansalva. ‘Liróforo’ equivale a ‘yo llevo la lira’.)
Los modernistas sintieron como propia la descalificación lanzada por Nordau: como si este médico teutón les hubiese cortado la vena lírica. Silva se vengó levemente escribiendo “grotesco doctor Max Nordau, de rudimentarios sentidos” en su novela psicológica De sobremesa. (Cuando rizan mucho el estilo, las novelas psicológicas se tornan decoración de interiores.) Al poco tiempo, Silva se suicidó.
“Arte degenerado” llamó también el régimen nazi a las vanguardias: paso amenazante hacia el calor crítico de ciertas hogueras.