Pensar es el mayor acto de rebelión, el más profundo y definitivo, máxime cuando entorno pululan las excusas para no hacerlo, y las capacidades intelectuales se emplean repitiendo las mismas ideas y creencias de siempre, como si el mundo no cambiara, como si el ser humano no evolucionara.
Rebelarse, incomodar y desmontar las formas de convivencia establecidas, cuando estas mueren por obsoletas y disfuncionales, no es tirar piedras, insultar, gesticular, gritar consignas, amenazar, lanzar al viento palabras que estimulan instintos gregarios y violentos. No. Rebelarse es pensar para fundamentar decisiones y ejecutarlas, es pensar para cambiar, en especial cuando se vive en un país paralizado por la deliberada intención de que todo siga igual, cada quien en su feudo nutriéndose de su propia satisfacción.
Cuando le pidan colocar los ojos en la nuca, idolatrar el pasado, decir sí al subdesarrollo, a la lentitud e ineficiencia del Estado, a la privatización sindical de las instituciones públicas, a la exclusión social de cientos de miles de jóvenes rechazados por la educación superior, a la postración y la pobreza, a la desigualdad, a un estilo de crecimiento económico sin bienestar para los pobres, a la demagogia de los gobernantes respecto al delito y la delincuencia, levántese y piense, rebélese, diga no, y recuerde al hacerlo que el saber y la razón hablan; la ignorancia y el error gritan.
Rebelión. Los costarricenses han dado muestras de rebelión en muchas ocasiones; lo hicieron al construir el estado de derecho, la educación pública y la democracia electoral, producir la reforma social de los años cuarenta, proscribir el Ejército, formular la Constitución Política de 1949, edificar una sociedad de clases sociales medias y extremos ideológicos controlados e impulsar la apertura comercial, la globalización económica, la competitividad exportadora y la desmonopolización del sector público; estos han sido momentos de rebelión porque han estado enraizados en profundos pensamientos, y es bueno buscar la mejor articulación de estas experiencias transformadoras para seguir cambiando.
La orquesta está a punto, dispuesta a rebelarse; ¿qué falta? Abrir un amplio sendero a las decisiones concretas y trascendentes. No necesitamos un líder carismático ni de grupos que se autocalifiquen portadores de alguna misión salvadora, otorgada por Dios o por la historia; lo que la circunstancia exige es un movimiento nacional con la bandera común de la dignidad y el pensamiento, articulado por excelentes liderazgos y directores de orquesta.
Construyamos ese movimiento, con partidos y sin partidos, con políticos y sin políticos, con curas y sin curas. Que ningún dogma ni secta reprima el deseo de bienestar, justicia y libertad que anima la existencia. Que nadie nos manipule, que cada quien diga su palabra, su verdad, en libertad de conciencia y, sobre todo, con una conciencia libre.
Lo anterior no es imposible, constituye una necesidad que conviene satisfacer con inteligencia. ¿Acaso la malformación derivada de ideologías y dogmas atrofió sin remedio la pragmática capacidad de pensar y hacer el bien? ¿Es la fragmentación sectorial de intereses y feudos de poder un obstáculo insalvable?
Levántate y piensa. Que la casa común no se precipite en el vacío de la inercia cuando hay tanto que la une y tantos desafíos que la amenazan. Que una nueva rebelión de pensamientos, excelencias intelectuales y buenas voluntades edifique un mejor país.
Reviven ahora las palabras de Omar Dengo: “Hay que soñar el porvenir, desearlo, crearlo. Hay que sacarlo del alma de las actuales generaciones con todo el oro que allí acumuló el pasado, con toda la vehemente ansiedad de creación de las grandes obras'”.