Después, esta mujer parecerá muy simpática, pero no en este momento. Jamás en este momento.
“Perdone que no tengamos tiempo, pero es que salimos por la mañana y hemos estado fuera todo el día. Entienda que él tiene 74 años”, dirá Marcia Monteiro dos horas después, sentada frente a una computadora Mac y unos libros de Leonardo Boff. Entonces, al sonreír, sus ojos se arrugarán cariñosamente. Pero ahora habla con el ceño fruncido: “Yo soy su mujer y llevo el control de esto”.
El pasado jueves 6 de abril, cuando Leonardo Boff finalmente llegó al edificio de la Iglesia Luterana Costarricense con 25 minutos de retraso, desapareció con el obispo Jiménez hacia la capilla mientras ella cancelaba las entrevistas que la prensa tenía con él. Agregó dos o tres líneas para ahogar todo amago de motín y siguió su camino.
Fue imposible conversar con él... y terminamos hablando con ella, quien admite ser muy estricta con la agenda de su compañero, el brasileño Leonardo Boff.
Marido y mujer, formalmente, no son, pues ella es divorciada y el catolicismo no avala las segundas nupcias, pero eso no les ha impedido ser pareja –sentimental y de lucha– desde hace décadas.
Se conocieron en Petrópolis, Brasil, cuando Boff acababa de regresar de Alemania tras hacer su doctorado y el obispo local le impidió hablar sobre la teología de la liberación. Monteiro, quien trabajaba con su entonces esposo en proyectos sociales, ofreció su casa como sede alterna. Corría 1971.
Mantuvieron el contacto, pues él visitaba comunidades donde Marcia era educadora. Cuando cofundaron, tres años después, el Centro de Defensa de Derechos Humanos de Petrópolis, cimentaron las bases de una unión que perdura hasta hoy.
Monteiro se separó de su pareja en 1981, mientras Boff ensanchaba sus diferencias con la Iglesia católica y, cuatro años después, fue condenado a un año de silencio. En 1992, un cardenal le reclamó su participación en una convención ecológica y le ordenó, según cuenta, irse a Corea o Filipinas. Tras obedecer inicialmente, rechazó la orden y abandonó la Iglesia cuando supo que debía permanecer callado en un convento.
Leonardo Boff necesita expresarse y eso lo sabe Monteiro, quien asegura que su lucha la libra con palabras. Por eso suena lógico que el brasileño sea políglota. “Él habla portugués, español, italiano, francés y alemán. El inglés le es difícil, entiende perfectamente pero tiene dificultades para hablarlo; además, habla griego y latín”, agrega ella.
Colgar los hábitos le permitió a Boff escribir y viajar para contar sus ideas y vivir con Marcia en una casa selvática en Petrópolis.
Desde 1992, es imposible pensar en uno sin hallar al otro a su lado. Él camina hacia el micrófono y Monteiro sigue coordinando detalles con los organizadores de la gira. Boff habla en el auditorio de la Iglesia luterana y ella despliega sus libros en una mesita mientras sorbe a pocos un café.
“Leonardo es el abuelo ideal porque es muy tierno; es fuerte en sus posiciones, pero no le gustan las luchas. No es que tenga miedo, pero no es su temperamento. Su arma es la palabra escrita y así nos alimenta a todos”, describe la mujer.
Finalizada la actividad, Monteiro se dirige hacia quienes han rodeado a Boff para pedirle un autógrafo o estrechar su mano. Unos 15 minutos después, interrumpe con un movimiento suave y rescata a su compañero. {^SingleDocumentControl|(AliasPath)/2013-04-21/RevistaDominical/Articulos/RD21-BOFF/RD21-BOFF-quote|(ClassName)gsi.gn3quote|(Transformation)gsi.gn3quote.RevistaDominicalQuoteSinExpandir^} “Él habla con todos, pero no se cuida. Yo tengo que poner los límites. Así como debemos tener límites para explotar a la tierra, tenemos que tener límites para explotar a Leonardo Boff”, dice Monteiro, ahora a carcajada abierta, y uno se pregunta cómo, dos horas antes, pensó que esta mujer era una antipática.