La mayoría de edad ha beneficiado al “cantante” Enrique Iglesias: antes no tenía ni voz ni voto; ahora ya puede votar. Por lo demás, es falso que Enrique Iglesias no tenga perdón de Dios, siempre que no ponga el grito en el Cielo.
El cielo como un enigma, con una caligrafía de nubes que borran las lluvias: “Inútilmente interrogas. / Tus ojos miran al cielo. / Buscas, detrás de las nubes, / huellas que se llevó el viento”, se decía José Hierro ( Cuanto sé de mí , 1959).
Por el cielo andaban los dioses, que moraban en la Luna y en los astros. A veces condescendían a bajar a la Tierra, y no faltaron seres humanos que ansiaron devolverles las visitas. El incrédulo Luciano de Samósata (siglo I d. C.) finge viajes a la Luna ( Historias verídicas ), donde halla una biodiversidad hecha delirio –de hombres vegetales– que es, en suma, una sátira de los vicios que censuraba entre su gente.
Mucho después, Cyrano de Bergerac escribió El otro mundo , cuya edición póstuma, de 1657, lo traicionó malamente pues omitió las críticas más acerbas contra los prejuicios de su época, los que Cyrano encontró aumentados en la Luna. A fin de cuentas, desde Luciano a Ray Bradbury, la ciencia-ficción ha sido también un género moral.
Empero, ¿qué hay después de la Luna? No sabemos que alguien haya arribado, con las alegrías de la farsa, al humilde Mercurio, primogénito de las órbitas del Sol.
Mercurio aparece cual un lunar casi romántico sobre la cara del Sol. Su órbita es más excéntrica que Salvador Dalí, y su materia es casi tan densa como un libro de semiótica.
No puede verse a Mercurio a la medianoche, de manera que es como los espejos que, cuando faltan, brillan por su ausencia.
Mercurio cometía un error, que los astrónomos no podían reparar en la mecánica celeste: el eje mayor de su estirada órbita gira más rápidamente que lo debido según los cálculos de Newton (S. Weinberg: El sueño de la teoría final , cap. v).
En 1915, un profesor alemán hizo otros cálculos, los únicos que explicaban la contradicción entre la teoría de Newton –superándola– y la prisa de Mercurio. Albert Einstein probó así que era veraz la inverosímil teoría de la relatividad.
La naturaleza es como las nubes que observaba aquel poeta: para comprender su mensaje, solo hay que habituarse a su caligrafía.