Unidad de Hemodilisis del Hospital Caldern Guardia, reportaje para la revista Proa. Lunes 31 de octubre. En la imagen aparece Fotografa: Jose Daz/La Nacin
Ocurrió después de las 10 de la mañana. Era un grupo grande y bullicioso, muy diferente al que llenaba la sala del hospital unas horas antes.
Parecían alumnos de kínder por la algarabía que armaron en el mariposario. Asombrados, con los ojos abiertos y las manos tocando el cielo para perseguir a las mariposas, una decena de personas dejó atrás, por un buen rato, las dos agujas gruesas que les introducen en el cuerpo para limpiar la sangre que sus riñones no son capaces de desintoxicar por sí solos.
Sucedió en julio pasado. Hoy, cuatro meses después, hombres y mujeres con insuficiencia renal crónica recuerdan ese paseo como si hubiera sido ayer.
La visita al mariposario abrió un gran paréntesis en su día a día saturado de pinchazos, cicatrices y máquinas de diálisis; enfermeras, médicos, ambulancias e inyecciones de hormonas.
Esa mañana de julio, se destapó un enorme hoyo en el túnel al que entraron cuando les dieron la noticia de que sus riñones no funcionaban. Por ahí se coló una bocanada de aire fresco que les inyectó nuevas energías para seguir con su tratamiento.
Lo que enfrentan no es fácil. Ellos son usuarios frecuentes del servicio de hemodiálisis del hospital Calderón Guardia, en la capital. Los médicos los refirieron ahí porque sus riñones ya no realizan su tarea: limpiar y liberar al cuerpo de todas las sustancias tóxicas que le ingresan, eliminar el exceso de líquido en el organismo y los desechos.
Un riñón saludable hace esto cada 30 minutos porque tiene en su interior un millón de pequeñas estructuras llamadas nefrones, responsables de purificar la sangre.
Cuando los nefrones pierden su capacidad debido a enfermedades como la diabetes o a los males congénitos, entra en juego el llamado “riñón artificial”.
Ese es uno de los tratamientos para la insuficiencia renal. La gente se conecta a una máquina que les limpia la sangre mientras aguardan el llamado para un trasplante de riñón. También lo utilizan como medida paliativa en un caso terminal.
Algunos se conectan a ella todos los días. Otros lo hacen dos o tres veces por semana; pero todos, sin excepción, pasan entre tres y cinco horas por tratamiento, sentados en un sillón, con la máquina sacándoles la sangre a través de dos catéteres: uno extrae la sangre y la envía a un filtro para que sea limpiada; por el otro catéter, la sangre se devuelve al organismo, ya purificada.
La artista costarricense Sila Chanto (grabadora, pintora, escritora y mucho más) sabe lo que es pasar conectada a esa máquina, pues está entre los usuarios habituales del servicio de hemodiálisis del Calderón Guardia.
Desde hace más de un año, va entre dos y tres veces por semana a que le purifiquen la sangre.
Estando sentada en ese sillón viendo pasar las horas, y acostumbrada a permanecer activa, Sila se preguntó si podría hacer algo por las personas que, como ella, se sometían al tratamiento. No dejó pasar mucho tiempo para poner manos a la obra.
Aprovechando su red de amigos, Sila ha llevado al salón de hemodiálisis sesiones de masajes relajantes, aromaterapia, música y lecturas, que han hecho más llevaderas las horas en el hospital para muchas personas.
La actividad emblema fue el paseo al mariposario, donde pacientes, familiares y equipo médico del Calderón compartieron durante casi cinco horas en un ambiente diferente, junto a la naturaleza; hicieron dinámicas, almorzaron y dejaron que los consintieran con masajes.
Geovanni Bonilla, de 33 años, asistió al paseo. Él, que lleva prácticamente toda su vida entre hospitales (de Limón al Calderón y viceversa), tiene las cicatrices que le han dejado las agujas en brazos y pecho, producto de años de tratamientos renales.
Los pies son una de las partes del cuerpo que más sufren con la insuficiencia renal: se hinchan, cambian de color y la piel se vuelve áspera. Así los tenía Geovanni, y en julio, durante la visita al mariposario, se dejó hacer el primer
Los riñones de este muellero limonense nunca han funcionado y esta es la hora en que va por su tercer trasplante. El último se lo hicieron el 26 de octubre, pero el riñón está ‘rejego’ y todavía no ha arrancado a funcionar como los médicos esperan.
La zozobra constante que esto le genera a él y a su familia, se alivia cuando la sala de hemodiálisis se transforma en un recinto de música, pintura y buenas
Aquí, los donadores no son solo quienes hacen realidad el sueño de hombres y mujeres de tener un nuevo riñón.
Se les llama así a quienes dan un poco de su tiempo y recursos por hacer que estas vidas recuperen brillo y se alejen, aunque sea por unos instantes, de su rutina de dolor con aroma de hospital.
A Sila no le gusta que le echen flores por el cambio que ha logrado generar en ese salón del Calderón Guardia. Prefiere compartir el mérito con enfermeras, médicos, asistentes de pacientes y sus colegas de “riñón artíficial”.
Y tiene razón. Poco haría ella sin el apoyo de profesionales como las enfermeras Ana Murillo, Yessenia Rivas, Isabel Retana y Rita Corella.
La enfermera de Salud Mental, Lidieth Murillo, es otra de sus aliadas. Ella ha convertido su oficina en el cuartel donde se guardan muchos de los materiales que las personas utilizan para aprovechar el tiempo mientras les hacen la hemodiálisis.
La dirección del hospital y, por supuesto, la jefatura de nefrología, le han dado un voto de apoyo a todas estas actividades. “Aquí se han generado muchas ideas. Entre Sila y doña Lidieth, los pacientes han encontrado un espacio para hacer cosas diferentes”, dijo el médico asistente de nefrología, Mario Espinach.
Allí se ha pasado, en cuestión de pocos días, de los libros a la música (con la visita de Carlos
Recientemente, los usuarios de hemodiálisis dieron otro paso y crearon un
Isabel Retana es la enfermera con más tiempo de trabajar en hemodiálisis: 20 de los 34 años como empleada de la Caja los ha pasado ahí, y es testigo de todos esos cambios.
Primero, el de los pacientes: “Uno los ve como llegan hinchados, todos intoxicados porque los riñones no les funcionan. Aquí se les da un aliento de vida.
“Últimamente, nos hemos relajado más al compartir experiencias distintas a las que se viven todos los días. ¡Y yo estoy de acuerdo en que traigan todas esas cosas! A los pacientes hay que hacerles la vida alegre, ya de por sí tienen mucha tristeza y sufren muchas pérdidas”, cuenta.
“Son ratos en que olvidamos la enfermedad. Con cositas pequeñas, nos cambia el ánimo a todos”, contó Gilma Navas, una señora de 72 años que, a pesar de su ceguera parcial, acompaña a Jorge Luis Delgadillo, su hijo de 40 años, al seguimiento médico después del trasplante.
Doña Gilma ha practicado el
El plan es formar un grupo de pacientes y parientes que encuentren en esa práctica recursos para afrontar los síntomas y el estrés que produce su condición.
En gran parte, ese es uno de los objetivos de todas las actividades: proporcionar un complemento a la terapia que pacientes y familiares reciben en el hospital. Y así lo ven personas como Kattia Arauz Martínez, quien viaja a hemodiálisis desde Ticabán de Cariari, en Limón, tres veces a la semana.
En más de una oportunidad, la joven se ha topado en el salón con escenarios muy diferentes al de la hilera de sillas con su máquina de compañía.
Un día de tantos, llegó
Sorprendida quedó el día en que entró una cimarrona y les alegró la mañana.
El más pequeño de todos los usuarios del servicio, Diego Solano (cumplirá pronto 16 años), fue despertado ese día del letargo en el que muchos caen apenas se conectan a la máquina.
Pero no se molestó con la música; al contrario: “¡me hicieron reír porque aquí, a veces, es muy aburrido!”, confesó.
El salón de hemodiálisis se ha convertido para todos en su segunda casa. Queda en la llamada “esquina del dolor”, un área bautizada así por la misma gente que la visita todos los días.
Está en el antiguo edificio de Emergencias (esquina noroeste del complejo hospitalario), y comparte espacio con quimioterapia (tratamiento para pacientes con cáncer) y diálisis peritoneal (otro tipo de terapia para la insuficiencia renal).
Suficiente sufrimiento como para agregar más. Basta y sobra con las complicaciones que produce la intoxicación causada por la insuficiencia renal: pérdida de peso, anemia, contracciones y calambres, coloración amarillenta de la piel, hinchazón del cuerpo y enfermedad ósea.
“Una parte importante de las personas que padecen todo eso no tiene recursos económicos y así, además de tener afectada su salud, pierden familia, trabajo, amigos y pareja, lo cual complica aún más su situación”, comenta Rita Corella, la enfermera de más reciente incorporación al equipo, pues entró en febrero, proveniente de cuidados intensivos.
El lunes pasado, una joven madre nicaraguense enfrentaba el doble golpe de tener a un hijo hospitalizado por una crisis renal y, a la vez, enterarse de que su mamá agonizaba en Chinandega. No tenía ni las condiciones para cuidar a su hijo en la casa porque vive en uno de los barrios más pobres de la capital; tampoco el dinero para comprar el pasaje y despedirse de su mamá.
“Así son las historias detrás de cada paciente. Son pérdidas constantes, y no queremos agregar una más. Cada vez que podemos, compramos un quequito y celebramos lo que sea; cualquier razón vale”, dice Lidieth Murillo.
El salón de la llamada “esquina del dolor” ya se empezó a vestir de Navidad. Hay un árbol que esta semana se alistaba para ser acicalado con los adornos de la época. Se ha convertido en la antesala de la fiesta navideña, programada para el 14 de diciembre. “Aprovecho el comercial: ¡toda ayuda que la gente quiera dar será bien recibida!”, invitó Murillo.
Esta enfermera augura una asistencia apoteósica para el evento y pronostica que, al igual que la visita al mariposario, la fiesta revitalizará a quienes allí luchan, día a día, por vivir.