En la relación social entre los hombres, no existe una verdad, pero sí verdades. Cada religión tiene la suya; lo mismo las filosofías como la ciencia, y así, las doctrinas políticas. Verdad de concepto, de comportamiento, de naturaleza, de época y lugar. Verdad en la razón, en el sentimiento.
¿Podríamos hablar de verdad en la fe? “Creo que Dios existe y Él es mi verdad”, afirma el fervoroso creyente. Apartado del dogma, Aristóteles manifestó: “Dios es la actualidad misma de la inteligencia; esta cualidad tomada en sí, tal es su vida perfecta y eterna. La vida y la duración continua y eterna pertenecen a Dios, porque esto mismo es Dios”.
A través de su razón, Aristóteles descubre a Dios; es decir, a todo lo que podemos considerar como verdadero.
El creyente, sin inteligencia razonada, cree, pero no descubre.
El tiempo y el movimiento circular permanente van unidos y se confunden en esencia espiritual superior.
Es energía cósmica, alada, inconmensurable. Posiblemente, esto también podría ser Dios.
Pero como no soy el filósofo macedonio ni un ser destinado a la eternidad, pienso que verdad es toda inclinación hacia el bien aprendida en la niñez y que llevamos guardada en el corazón.