“Mi abuelita me regaló un pollito colorado. Era mi primera mascota y, cuando creció, se hizo una gallina grandota y gorda. Un día, fui donde mi abuelita y, cuando llegué a la casa, no estaba la gallina. Mi mamá me dijo que se había enfermado y se murió, y aunque ese día comimos arroz con pollo, yo ni sospeché. A los días y al calor de una pelea, una prima me dijo: ‘Se acuerda del arroz con pollo que comimos aquel día? Era su gallina y usted se la comió’. Todavía no lo supero.”
“En el 2008, nos envenenaron a nuestro perro Pango y fue durísimo verlo morir. Amaba los paseos por la montaña y abría el portón de la casa con sus patas. En casa, todos nos enfermamos, porque era un miembro más de la familia, casi humano. Si bien logramos superarlo, hubo alguien que no pudo sobreponerse a la tristeza: Tita, su fiel compañera de juegos”.
“Soy una enamorada de los perros y, hace un año, nuestra perra Ivy estaba embarazada. El día del parto empezó su labor alrededor de las 5 a. m., pero por circunstancias desconocidas, a eso del mediodía se complicó. La llevamos al veterinario pero murió y huérfanos a sus cachorros. Los alimenté durante días con una fórmula casera que me recetó el veterinario que contenía leche delactosada, miel de abeja, aceite de oliva y huevos. Entre todos, logramos rescatarlos en honor a Ivy”.
“Mi perro Tequila fue atropellado el 14 de junio del 2008, no se me olvida la fecha. Estaba en el trabajo y mi mamá me llamó; me dijo que volviera inmediatamente. Cuando llegué, me contaron que un carro lo había atropellado y salimos para el veterinario, pero no pudimos salvarlo. Lo enterramos en un lote que tenía mi papá, donde después construiría mi casa”.