Conozco la historia de un muchacho que no quería estudiar. Cuando salió de la escuela primaria, lo que deseaba era aprender algo ligero, para poder trabajar y ganar algo. En su casa no había miseria pero tampoco había mucha abundancia. Decidió estudiar técnica de radio reparación por correspondencia, y eso le sirvió para conseguir empleo manejando los proyectores de un cine de barrio. Un par de años después, ese cine fue cerrado por problemas administrativos y Rubén se quedó sin trabajo –vamos a llamarle Rubén a nuestro personaje, para llamarle de alguna manera–.
Rubén se puso muy triste y no hallaba qué hacer. Entonces se dijo: “Aunque ya tengo 15 años, voy a matricularme en el colegio mientras busco vida”. Entró al colegio y tres meses después no se cambiaba por nadie, pues no solo le iba bien en los estudios, sino que allí logró hacerse de muchos amigos y amigas, hasta apareció una primera novia que le descompuso la tranquilidad. El colegio era mixto. Al terminar el bachillerato, decidió estudiar Ingeniería, y aquel peoncito que subió poco a poco las gradas de la universidad se convirtió en alfil o torre, si comparamos la vida con el tablero del ajedrez. Obras Públicas fue la primera institución que le dio trabajo: carreteras, puentes, proyectos nuevos; había mucho que hacer en todo el país. Un día regresó a las oficinas centrales y el jefe le dijo que había una invitación de la Embajada Americana para ir durante seis meses a los EE. UU., a estudiar los proyectos que realizaba el BUREAU OF PUBLIC ROADS.
¿Cuándo hay que irse? Fue lo que preguntó Rubén, y en un par de semanas estaba en el aeropuerto saliendo para los United States, dispuesto a aprender las técnicas de aquel país en todo lo referente a carreteras y a realizar uno de los sueños de su juventud: conocer y vivir un tiempo en los Estados Unidos.
A su regreso, a Rubén lo tocó trabajar en el aeropuerto que se estaba construyendo para los nuevos aviones grandes y también le tocó la inspección de la carretera que se construía para unir el puerto del Pacífico con la capital.
Días después se le ofreció a Rubén la jefatura del Departamento de Construcción de escuelas y colegios. Allí le llegó otra gran oportunidad: había diez becas de la Unesco para ingenieros o arquitectos de Latinoamérica que quisieran llevar un curso sobre construcciones escolares en España, Italia y Francia. ¡Casi nada!
Rubén llenó los papeles y los mandó. Quince días antes de que empezara el curso, Rubén no había recibido ninguna respuesta y perdió la esperanza de estudiar en Europa. Ocho días después recibió un cable de Madrid diciéndole que debería presentarse en Madrid el lunes siguiente. A toda carrera alistó los papeles y logró llegar a tiempo; ahí le preguntó al encargado por qué le habían avisado tan tarde, y el señor le contestó: “Es que eran solo diez becas y ya se habían escogido los diez primeros lugares de los participantes, pero en la semana pasada se recibió un cable del seleccionado chileno diciendo que estaba enfermo y no podría participar en el curso, entonces decidimos localizar al aspirante número once, y resultó que el once era usted”.
Nueve meses en Europa estudiando construcciones escolares y disfrutando de la cultura europea. Otro sueño realizado. Si Rubén se hubiera conformado con sus estudios de radiotécnica, todas estas oportunidades se hubieran perdido. Así es que: a buscar las aulas, mis hijitos: ¡ hay que ponerse a estudiar!