El Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC) ha completado la edición de cinco catálogos correspondientes a sus exhibiciones de mayo del 2010 a junio del 2011. La formación y la trayectoria de su directora, Fiorella Resenterra, está vigente en la excepcional unidad gráfica de la colección y de la conversión del texto en imagen.
El lector se encuentra –algo inusual– con una serie de documentos en complicidad directa con el proceso creativo de los artistas invitados. Como Susan Sontag, Resenterra –diseñadora gráfica, museógrafa y curadora– considera la cultura en su gran contexto y sabe que la imagen permite volver a experimentar la irrealidad o la lejanía de lo real. Así, la obra misma, mediante la fotografía, vuelve partícipe al espectador de su propia creación.
Instalación, dibujos, maquetas, fotos, objetos y videos hechos entre el 2002 y el 2010, se exhibieron en tres salas del museo con la finalidad de explicar la metodología de trabajo de Esteban Piedra.
Fue la exposición más riesgosa del MADC por la densidad de su reflexión conceptual y por la ausencia de pistas para que el espectador entendiera las claves del recorrido y los dilemas de control y poder implícitos en cada proyecto artístico. La falta de información que caracterizó la muestra se repara con la reciente publicación del catálogo.
¿Es Esteban Piedra un conceptualista existencial? El catálogo ilumina la respuesta: con el mismo detalle que Esteban dibuja y organiza objetos, el documento devela el prolífico y sensible potencial creador del autor.
Así, el impreso es un registro fiel de un denso proyecto estético que nos advierte sobre un artista en avanzado proceso de consolidación.
Convocada como una propuesta a crear obras que hicieran reflexionar al espectador, la exhibición no siempre cumplió con los propósitos interactivos del MADC, pero resultó una oportunidad para medir cómo se practica la contemporaneidad plástica en latitudes inmediatas.
El catálogo documenta con fidelidad tanto los resultados fútiles como los conceptuales, los temáticamente apropiados como los pretenciosos, los documentales como los esteticistas.
Como todo juicio estético es “una apuesta personal”, el lector podrá aplicar sus propios valores a cada obra y a los respectivos textos de autor que las complementan.
En el sentido gráfico, sorprenden la alta calidad de las imágenes y la cuidadosa edición y el diseño de Adriana Artavia.
Se trata de una muestra de revisión de trayectoria de una artista que ha hecho, de su propio cuerpo, un recurso para reflexionar sobre la identidad, la femineidad y el paso del tiempo. De producción espaciosa y meditativa, Solano utiliza su propia corporalidad como temática.
El resultado es una gran coherencia y una unidad visual en el conjunto exhibido: instalación, fotografía, video y montaje.
Desde el punto de vista museográfico, cabe destacar la seducción lírica de la obra
La revisión rigurosa de la curadora María José Chavarría nos recordó que Solís es el artista plástico más lírico (siempre llega al alma de las cosas) y humano (un acendrado sentido ético ilumina sus obras) de su generación.
El catálogo confirma dos hechos: la coherencia y la solidez del creador, y una puesta museográfica acorde con el profundo sentido ritual de su obra.
Fotos de versiones o variaciones de una instalación concebida para diferentes espacios (las publican juntas en secuencia, un acierto indiscutible) permiten apreciar que todas son una única obra en cuanto a su significado filosófico y su sentido estético. Se trata de un impreso para coleccionar, del que emana la inagotable reserva de inspiración de Rafael Ottón Solís.
Hernández se preguntaba por la razón de ser de la violencia, el anonimato del agresor y el horror como estética. El arma, protagonista solitaria, dejaba sin aliento al observador.
Congruente con su interés por la naturaleza oscura del ser humano, Hernández volvió al MADC en el 2011 con la exposición
Continuidad y reflexión caracterizaron su reaparición en escena. Son digresiones sobre un tema que el autor maneja con amplio conocimiento de la historia de la fotografía asociada al delito.
Esta vez, el desenfoque de las fotos resguarda la identificación del delincuente –aunque se indique el número de sus agresiones–, como metáfora de la negación de su identidad por parte de la sociedad.
La razón de ser de estos antirretratos es comentada por la curadora María José Chavarría, el artista Edgar León y José Alberto Hernández.
El análisis del propio autor ilumina nuevas posibilidades para el espectador, quien puede constatar la firmeza con la cual Hernández edifica la arquitectura conceptual de su obra.
Con estos catálogos, el MADC retoma una de las prácticas fundamentales de la labor de un museo: convertir sus programas de exhibiciones en huella para el presente y el futuro, con apego a una estética coherente.
La autoraes periodista y ha sido directora del del Museo de Arte de Costa Rica y del Museo Nacional de Costa Rica.