José Miguel Rojas jmiguelrojas@gmail.com
El tocador de laúd (después de Caravaggio) pertenece a la serie Ensayo sobre el rostro (2006), presentada en el Centro Cultural de España. En cuanto a la técnica, más que una pintura, es un dibujo con empleo del carboncillo, y con el grafito diluido coloreado, más apenas una tenue base de acrílico de color rosa sobre tela. Para el tema de la obra en sí, recurro al lenguaje de la apropiación como algo ya característico dentro de mi producción pictórica, y como parte de la pintura contemporánea. Así también puede apreciarse en artistas como Francis Bacon.
Centro mi atención en el óleo de Michelangello Merisi da Caravaggio (1573-1610) Tocador de laúd (1595), tema del cual realizó tres versiones. Una corresponde a su período temprano y se ubica en el Museo de L’Hermitage (San Petersburgo); otra versión integra la Colección Wildstein; la tercera está en la Badminton House (Gloucestershire).
La versión temprana es la que me atrae. En “mi versión” me propongo una manera distinta de pintar. Anoto que no era la primera vez que Caravaggio me seducía: ya lo había intentado con su Baco unos años atrás. No obstante, con El tocador de laúd –y contrario al dramatismo o juego de luces y sombras a las que somete Caravaggio a sus personajes–, yo intento trabajar sobre el vacío, sobre el mismo blanco y puro de la tela, sin tocarla; así ocurre con la pintura oriental. Al mismo tiempo que se trabaja en función al vacío, hay una búsqueda por no saturar el espacio ( horror vacui ): por eliminar todo lo innecesario dejando solo lo esencial. De esta manera quedan como protagonistas el tocador de laúd y un florero.
En todo ese proceso rige la búsqueda de la economía de recursos, mas también el deseo por el trazo del dibujo con todas sus huellas, con todos sus accidentes expuestos, como lo hizo Leonardo Da Vinci en Santa Ana con la Virgen y el Niño y Miguel Ángel con sus Esclavos ; es como sentarse a escuchar algo de jazz . Nos referimos al “nunca acabar”, o bien, a la improvisación que convierte la obra en algo inquietante y provocativo, así como ocurre con la poesía (la de Beckett y Pizarnik) en cuanto a la búsqueda del verso mínimo o la palabra justa.
Ejecuté El tocador de laúd en un par de horas. Conforme empecé el dibujo sobre la tela, se fue gestando la idea misma. No había alguna duda de lo que hacía, de lo que miraba. Fue espontáneo hacer aquel bello y delicado retrato de melancólica mirada que musitaba alguna canción de amor, acompañado de un laúd.
La obra se hizo con acrílico, carboncillo y grafito sobre tela; mide 110 x 130 cm. Foto: Rodrigo Rubí.