La escritora inglesa Virginia Woolf dijo: “Uno no puede pensar bien, amar bien o dormir bien sin haber primero cenado bien”. Sin embargo, para Woolf, el “cenar bien” no es simplemente un acto de sobrevivencia. Comer es al mismo tiempo un acto social y cultural que afecta al ser humano de diversas maneras y ayuda a la formación de una identidad propia.
Por medio de prácticas culturales como la alimentación, es posible ver la formación de identidades culturales, o bien, los cambios identitarios de una población determinada. Las menciones a la gastronomía en la literatura de Costa Rica –especialmente la producción actual– muestran la visión de mundo y los espacios culturales y sociales en los que se inscriben sus ciudadanos.
Comida e identidad. Tal y como lo indica el filólogo costarricense Leonardo Sancho, “la identidad nacional es un platillo de muy compleja elaboración y se ha venido cociendo desde hace siglos ['] en estas tierras”.
En la literatura costarricense, los cuadros de costumbres son los primeros textos literarios que presentan menciones a la gastronomía y la alimentación.
Resulta esencial conocer el costumbrismo para entender su influencia en el imaginario nacional, especialmente si se analiza el rol de la comida en la producción contemporánea. Si la identidad nacional es un platillo, entonces los textos de Aquileo J. Echeverría y Manuel González Zeledón (Magón) son ingredientes importantes.
En Concherías (1905), de Echeverría, las menciones a la comida ocurren en ambientes de celebración. Un ejemplo de ello aparece en “Boda campestre”, donde la mención de los licores consumidos y sus precios pretenden mostrar solvencia económica ante los invitados. “Acabado el mondonguito / van circulando en la mesa / el Oporto de seis reales, / el Málaga de sesenta, / algunas cervezas Traubes / y el endemoniado ‘Angélica’, / que baja como una bala / y sube como una flecha”. En “La visita del compadre”, el alimento es empleado también para mantener las apariencias.
El relato “Un día de mercado en la Plaza Principal” (1896), escrito por Magón , remite al fenómeno de la abundancia descrito por Claude Fischler (véase el recuadro).
La imagen de un mercado colmado de productos y compradores indica que, al menos en la capital, se gestaba un cambio en el modelo socioeconómico.
Comensales modernos. La presencia de la gastronomía en la literatura costarricense posterior al costumbrismo es más dispersa. Escritores como Fabián Dobles, Tatiana Lobo y Quince Duncan incluyen breves referencias a la comida en algunas de sus obras, esas alusiones son similares a las del costumbrismo.
Sin embargo, en los últimos veinte años, las referencias a la alimentación se relacionan con el descontento político y social, así como con los efectos de los estándares sociales y culturales en los individuos. Dicho descontento resulta claro en Tuanis Opus Palo (2002), de Luis Yuré. Lejos de emular el costumbrismo de Aquileo J. Echeverría, Yuré emplea el lenguaje vernacular para mostrar una imagen inquietante de San José centro: sucio, ruidoso, caótico y cosmopolita.
Según Yuré, el hambre tiene origen en la mala distribución de la riqueza y es un síntoma de la corrupción gubernamental. Esto es claro en el poema “Carta abierta al señor Presidente de la República de Tiquicia o ‘El Pistolas’ con aire epistolar”, donde la falta de pan no es un producto de sequías o desastres climáticos. El señor presidente “se jama todo el pan” (p. 26).
La supresión de ritos –como el sentarse a la mesa a comer– se relaciona tanto con el ritmo acelerado de la modernidad como con el descontento popular. Esto resulta claro en “La huelga”, donde el caos que impera por los disturbios hace, de una taquería, un lugar preferible para saciar el hambre. Si bien un contexto no evita que el yo lírico coma, la informalidad de su ritual habla de un entorno individualista y hostil.
Imagen “versus” comida. En una campaña publicitaria lanzada este año por la firma Ogilvy Brazil para Dove, los publicistas contrataron a un artista forense para ejecutar retratos hablados de siete mujeres. A cada mujer se le realizaron dos retratos: el primero basado en la descripción personal de cada mujer sobre ella misma, y el segundo en la descripción que dio un extraño sobre ellas.
Los “autorretratos” resultaron una distorsión grotesca y desfavorable si los comparamos con las fotografías o con el retrato hablado de los extraños. Influidas por los parámetros occidentales de belleza, las mujeres eran muy severas con su imagen personal.
Ahora bien, ¿qué relación guarda la comida con todo ello? En las sociedades occidentales, donde la imagen es un indicador de aceptación y de éxito, la comida es –para muchos– un atentado contra el ideal de belleza. Aunque resulte ilógico, el fetiche moderno con la apariencia física supedita la necesidad biológica por alimentarse.
Betania, una de las protagonistas de la novela Los deseos del mundo (2006), de Dorelia Barahona, personifica el aparente antagonismo que existe entre la propia imagen y la comida, lo que causa un desorden alimentario. Para dicho personaje, la comida es un medio tortuoso a fin de lograr una figura corporal.
El placer de la comida y el dolor del vómito son un desahogo que no soluciona ni mejora su autoimagen, sino que la hacen caer en comportamientos autodestructivos.
“A pesar de sus 50 kilos se siente hinchada. Gordísima, feísima, viejísima. Un asco de sí misma que la hace devolver el pedazo de carne, la tortilla y todo lo que le recuerde a la vida” (p. 36).
Los amigos de la protagonista observan, además de su notoria delgadez, cómo su enfermedad afecta sus funciones digestivas. Aparte de consumir grandes cantidades de comida, los medicamentos y laxantes forman parte esencial de su inestable dieta. No obstante, ninguno de los personajes que rodea a Betania percibe dichos comportamientos como anormales, sino que asumen el dolor como parte de su cotidianidad.
Dentro de la producción literaria contemporánea, las referencias a la comida –tanto en Luis Yuré como en Dorelia Barahona– rompen con nociones de la gastronomía y la alimentación costarricenses, las cuales se inician y persisten desde el costumbrismo.
Sea la comida un placer o una tortura, su reiterada presencia en la literatura costarricense reafirma su importancia dentro de la identidad nacional.
Los cambios en el ritmo de vida y en los espacios e ideales sociales, políticos, económicos y culturales definitivamente influyen en la manera en la cual el ser humano se alimenta. Al mismo tiempo, la gastronomía y los ritos de alimentación son esenciales en la formación de identidades.
La autora es filóloga por la UCR. Ha coeditado proyectos como la revista “Musaraña”. Es miembro del Consejo Directivo de la Editorial Costa Rica.