La prostitución organizada ocupa hoy el podio de las actividades más rentables de nuestra aldeíta global, el tercer puesto –se dice– después del comercio de armas y el narcotráfico. ¿Y quién ignora que día tras día se roba, compra y esclaviza a mujeres y niños y el negocio aporta 16.000 millones de dólares anuales? La periodista mexicana Lydia Cacho acaba de publicar Esclavas del poder , que demuestra que la trata sigue la ruta internacional de la droga.
Pero la propia autora se desconcierta a ratos cuando entrevista a no pocas víctimas de tamaña esclavitud, incapaces de cualquier raciocinio acerca de su mal; y me refiero a un grupo no pequeño de oprimidas que acepta que los tratantes determinen el pensamiento e incluso el destino de sus vidas.
Y aquí viene al caso un añoso libro, Juntacadáveres, del uruguayo Juan Carlos Onetti. La novela (1961) narra la llegada de Larsen, su protagonista, a Santa María, escudado por tres mujeres de una ajada belleza y un derrotismo total (cadáveres, ¿no?), dispuestos a fundar un prostíbulo en la casta ciudad. La obra de Onetti plantea una versión microscópica de lo que ahora ocurre a escala global.
Pero el infierno es el mismo y se llama patriarcado, sea en un pueblito de los de antes o en un crucero de lujo.