De un tiempo acá –no sé cuándo– se ha puesto de moda un nuevo deporte nacional: jugar con los mecanismos o instrumentos de la institucionalidad para entorpecer o sacar provecho político, gremial o personal. Este juego, sin orden ni ley ni concierto, se distingue por su capacidad ofensiva y una especie de chantaje a que se somete a los jerarcas y funcionarios que deben decidir.
Este deporte se desarrolla preferentemente en las canchas de la Sala Constitucional y, en general, de los tribunales de justicia, en la creación de asociaciones o sindicatos de fachada, en las peticiones o demandas exorbitantes, en la invocación de derechos inexistentes, en las denuncias sin fundamento, o bien en cualquier pretensión que lleve en sí la semilla del deshonor o del descrédito y que, de rechazarse ad portas, acarrea recriminaciones y acusaciones a los funcionarios públicos.
En esta estrategia de la obstrucción y la “jodedera” (para usar un vocablo comprensible) tiene lugar la campaña del exdiputado y mil veces premio Nobel de la Paz, Wálter Muñoz, al echar mano de la Asociación Nacional de Asegurados para recoger firmas a favor de un referendo con el fin de reformar la composición de la junta directiva de la CCSS, de la cual quedaría por fuera el Estado y, en su lugar, el poder quedaría en manos de la Asociación Nacional de Asegurados, esto es, del Dr. Wálter Muñoz. En última instancia, la privatización de la CCSS. Nada menos.
Se oponen a este disparate once organizaciones sociales y, de estar bien informados, todos los asegurados, máxime si se enteran de que, como informamos en la edición de anteayer, el líder anticaja, Wálter Muñoz, ha sido demandado por la CCSS “por, supuestamente, haber cobrado salarios como asesor de la presidencia ejecutiva” de esta institución. Nada más y nada menos.
Recoger firmas para un referendo “en defensa de la CCSS” es tarea cómoda y mediática. Todas estas iniciativas “populares” tienen, sin embargo, un tufillo maloliente que, poco a poco, conforme se descubran las intenciones, se sumerge en los miasmas del cinismo. Pero ¿no es, acaso, el cinismo una de las enfermedades o tumores en ascenso en nuestra sociedad, sobre todo en el campo político? De esta calamidad pública dan cuenta aquellos que, so color de moralidad, anuncian proyectos o campañas de ética política siendo que, desde hace tiempo, ocupan el podio de las denuncias contra los valores morales. Nuestro pueblo, con cierta benevolencia, los llama conchudos, pues su concha moral desafía un ataque de misiles.
El cinismo, más que la corrupción, es nuestro adversario nacional más temible, pues usa y administra el mal entre los velos sutiles del bien. Deporte tenebroso y demoníaco.