Amable y paciente, don Fernando Díez Losada, apóstol del idioma, dejaba por unos minutos su trabajo en la sala de redacción de La Nación, tomaba uno de sus grandes diccionarios y respondía, con sabiduría y sensatez, la inquietud de algún redactor (a) que le consultaba si procedía utilizar cierta palabra o cualquier término en la redacción de nuestras notas, crónicas y reportajes.
Don Fernando es un hombre silencioso y expresivo a la vez. Posee un sentido del humor muy particular que le celebrábamos en las tardes dominicales en la sala de redacción, en los años en que coincidimos ahí; él, como filólogo de primer orden; el suscrito, cronista del fútbol de la Primera División.
Una de las observaciones en las que el maestro Díaz insistía, se refería al uso excesivo de términos bélicos en las crónicas futbolísticas. Por ejemplo, los redactores escribíamos escuadra, en vez de equipo o conjunto; batalla, en lugar de partido; disparo, balazo, cañonazo, proyectil, misil u obús, para describir potentes remates a la portería, entre otras “sangrientas” expresiones. El filólogo no se cansaba de señalar la inconveniencia de contaminar el espíritu deportivo con ese tono guerrerista. Y de veras, poco a poco nos fuimos moderando, aunque por ahí volvíamos a incendiar cuartillas con fogonazos aislados.
Pues, vean ustedes cómo son las cosas. Resulta que, sin decir agua va, la jerga bélica en el fútbol, esa que tanto nos pedía evitar don Fernando, se materializó el domingo pasado en el estadio El Labrador, en San Isidro de Coronado, luego de que un cristiano resultó presuntamente herido por el impacto de una bala que no se sabe de dónde vino ni, mucho menos, quién la percutió.
Esperamos que apenas se aclare el confuso incidente, algo tan delicado no vuelva a ocurrir jamás en un escenario deportivo. Y si no se aplican sanciones contra los responsables (irresponsables) del hecho, aún más daño se le causará al fútbol que, por definición, se juega y se disfruta al aire libre.
Del empeño, dedicación y, sobre todo, generosidad de maestros como Fernando Díez y Víctor Hurtado, editor del suplemento cultural Áncora, nos hemos beneficiado muchos periodistas. Y, por supuesto, también los lectores que, como nosotros, nos identificamos con la fascinación de la palabra escrita.