Como si fuera un fenómeno único de circo, planas enteras del diario
Era la Costa Rica de los años 60, con sus 1.100.000 habitantes y una ciudad capital que aún podía considerarse cándida. La chiquillada podía jugar incansablemente en sus calles y aceras y casi todas las familias se conocían entre sí. Por eso, el entretenimiento consistía en las tertulias con café, las retretas en el parque, las tandas de cine y los espectáculos teatrales.
El hasta entonces único medio de comunicación electrónico en el país, la radio, reinaba en solitario desde principios de siglo. Pero desde 1935, las informaciones provenientes del exterior que se difundían en la prensa escrita y en noticiarios radiofónicos, daban cuenta de una invención única: la de un aparato capaz de reproducir y trasladar sonido e imágenes.
Fue en aquel año, en el mes de marzo, cuando la televisión nació “formalmente” en Alemania y se realizó la primera transmisión. Sin embargo, su concepción se ubica en 1884: entonces, el joven científico alemán Paul Nipkow ideó un aparato tipo escáner que hizo posible descomponer la imagen en diminutos elementos pictóricos tras lograr convertir la luz en impulsos eléctricos.
Como ha ocurrido con los inventos magistrales de la historia universal, hubo diversos actores involucrados, cada uno con distintos aportes, hasta que finalmente, el 22 de marzo de 1935, Berlín inauguró el primer servicio regular de televisión en el mundo. Un año después, unos 160.000 espectadores pudieron seguir las emisiones de los Juegos Olímpicos que se llevaron a cabo en 1936 en Alemania.
En ese mismo año se estableció en Inglaterra y, en 1939, llegó a Estados Unidos: siempre se ha considerado que la Segunda Guerra Mundial retrasó su desarrollo tecnológico en Occidente.
Ya en la década de 1950, el deslumbrante invento entró en pleno apogeo en el mundo. En Latinoamérica fueron pioneros Cuba, México, Argentina y Brasil.
La pequeña Costa Rica estuvo a punto de formar parte de ese selecto grupo en 1954, si en ese año se hubiera encontrado el tesoro de la Isla del Coco. ¿Cuál es la relación entre un hecho histórico y otro “exótico”, por llamar de alguna forma a la famosa leyenda del tesoro?
Es este tramo de la historia el que nos conduce a uno de los “colonizadores” de la televisión en el país: se trata de un joven ingeniero tico, Carlos Reyes, quien había estudiado en American Television Laboratories, de California, estaba obsesionado con el nuevo invento y se había convertido en radioperador e intérprete de un aventurero, quien le prometió ¢3 millones si encontraban el cofre de los piratas.
Pero ni el cofre ni el oro aparecieron, por lo que la televisión costarricense tuvo que buscar otra fuente de financiamiento y, además, lidiar con un escollo que se convertiría en un impedimento más serio que el económico: la férrea oposición de la administración Figueres Ferrer a que el aterrizaje de la televisión en Costa Rica fuera por cuenta de manos privadas, pues en algunos países como Francia y España, imperaba la tesis de que la televisión debía ser estatal y tener fines culturales y educativos.
Lejos de desmayar, Reyes se empecinó en su proyecto y se dedicó a sortear los obstáculos, uno tras otro, a lo largo de la década de 1950.
Entretanto, y sin que se hubieran conocido aún, René Picado Esquivel, el otro visionario que a la postre haría la quijotada de traer la televisión al país junto con Reyes, le daba rienda suelta a su espíritu artístico y a sus genes de lo que hoy se conoce como
Tras crecer en Estados Unidos, donde desde pequeño vivió exiliado con su familia, regresó al país y se vinculó al trabajo en los cafetales de sus papás, en Cartago. No había llegado a sus veintes cuando descubrió su pasión por la fotografía y, poco después, por las filmaciones: consiguió una cámara de cine de 16 milímetros y pronto pasó de hacer videos caseros a filmar comerciales de los que en esa época se pasaban en los cines, antes de las películas.
El inquieto y extrovertido muchacho se convirtió en toda una figura de la Costa Rica de mediados de siglo.
Recordado como un hombre dueño de personalidad arrolladora y un ímpetu increíble para crear espectáculos por el puro gusto de entretener, Picado se solazaba yendo a los pueblos a proyectar películas.
En poco tiempo se había convertido en productor de documentales, cortos, anuncios y pequeños filmes. Incluso realizó para el Instituto Costarricense de Turismo (ICT) la película
Pero lo suyo, como se dijo antes, era entretener al pueblo. Cuenta su hijo, René Picado Cozza (hoy presidente de Televisora de Costa Rica), que la felicidad de su padre consistía en irse a las comunidades del país –cuanto más lejanas, mejor– y buscar una plaza o alquilar un galerón donde estacionaba su
Todo sin cobrar un solo cinco.
Tanto Carlos Reyes como René Picado se volvieron cada vez más obsesivos con el asunto de traer la televisión al país; solo que por separado, pues no se conocían.
Un amigo de ambos, Fernando Flores B., quien había sido cónsul en Los Ángeles, tenía tiempo ya de estarse “calando” las eternas peroratas de Reyes y de Picado, hechizados con aquel invento que se abría paso como una tromba por el mundo.
Sobra decir lo que ocurrió cuando los dos conocieron, presentados por Flores. Muchos opinan que el día que se dieron el primer estrechón de manos nació la televisión en Costa Rica.
Tras la empatía de ese primer encuentro, se les empezó a allanar el camino. Al llegar Mario Echandi a la presidencia, en 1958, este tomó la histórica decisión de conceder licencia a la televisión privada.
De inmediato, Reyes y Picado pusieron manos a la obra: Picado tuvo la idea de invitar a las cadenas norteamericanas NBC, CBS, ABC, y a la londinense BBC a sumarse al proyecto.
Esperaban una respuesta entusiasta, pero durante meses, nada ocurrió. Hasta que, sorpresivamente, recibieron una llamada telefónica del presidente de la American Broadcasting Compay (ABC). Era lo que faltaba...
Lo demás es historia.
El 5 de agosto de 1959 se firmó en Nueva York el contrato que dio origen a la Televisora de Costa Rica, canal 7. Lo que pocos saben es que, en ese entonces, la empresa era tan precaria económicamente que Picado tuvo que solicitarle un préstamo a su madre, doña María del Rosario Esquivel, para poder viajar a Estados Unidos a negociar con la ABC.
Esta cadena pagó su parte accionaria con equipo y consultoría: en su arranque, canal 7 utilizaba artefactos de segunda mano que la empresa estadounidense desechaba en su canal de Chicago.
Urgidos de entrar en operación en vista de que la licencia otorgada por el gobierno para el arranque vencía cada seis meses, los quijotes emprendieron una frenética carrera contra el tiempo: Reyes aprovechaba su habilidad técnica y su paciencia para rearmar el rompecabezas de piezas desechadas por la ABC, mientras que Picado negociaba en Estados Unidos los primeros programas y series de televisión.
Una anécdota recreada por el periodista Édgar Espinoza en un libro conmemorativo de los 30 años de Teletica refleja a qué extremos de audacia y aventura tuvieron que llegar los caudillos con el fin de materializar su sueño. Con la ayuda de un helicóptero, Reyes debió desmontar de la azotea de un hotel de Chicago la antena que la ABC había cedido como parte de su inversión.
Su traslado en barco al país no fue menos angustioso y dramático por el tamaño de las piezas, y su instalación –en un estrecho terreno de Rancho Redondo que colindaba con un profundo abismo– completó la titánica odisea.
Tras decenas de batallas por el estilo, ya para fines de 1959 olía a éxito, pues las primeras pruebas al aire, hechas a principios de 1960, salieron bien.
En la urgencia por estrenar el proyecto, los socios alquilaron un segundo piso de un edificio en Cristo Rey y ahí improvisaron los primeros equipos y un rudimentario sistema eléctrico.
A todos les preocupaba el estruendo que hacía el tren del Ferrocarril al Pacífico cada vez que pasaba, pero aquellos detalles empalidecían ante el magno evento que estaba por ocurrir.
A la postre, el asunto del tren, que en los inicios se vio como un contratiempo, fue capitalizado a favor: de allí salió el legendario logotipo que ha acompañado a canal 7 durante toda su trayectoria. Así lo contó René Picado hijo, quien agregó que los creadores del trencito inmortalizaron en él un rasgo muy característico de su padre: el de guiñar el ojo.
Finalmente, el 6 de abril de 1960, con la presencia del presidente Echandi, y de los señores Frank Marx y William Klein, de la ABC, altas personalidades de la Iglesia, de la empresa privada e invitados especiales de canales de otros países, fueron inauguradas las instalaciones de Teletica Canal 7.
Mes y tres días después, el lunes 9 de mayo, se dio la primera transmisión televisiva del país.
De un país que, en adelante, jamás sería el mismo.
Como era de esperarse, desde el principio René Picado sacó su pasta de
Series como
Sin embargo, la ofensiva de los almacenes de electrodomésticos no se hizo esperar y pronto los diarios del país estaban inundados con ofertas de distintas marcas de televisores –entre ellas Zenith 1960, Phillips y Motorola– .
Así, para los años 70 el espectro de “privilegiados” se había ido ampliando hasta que poco a poco se extinguió el estigma de que solo las familias acomodadas podían tener televisor.
No obstante, todavía en los años 60 muchos recuerdan cómo en cada barrio había solo uno o dos televisores y, con algo de suerte, los dueños de vez en cuando dejaban pasar a los chiquillos o a los vecinos adultos a disfrutar un rato de las aventuras de
La programación arrancaba a las 4:40 p. m. y terminaba a las 10 p.m. El noticiero de radio Monumental,
Pero el mismo don René Picado, tan proactivo como era, tuvo a cargo su propio noticiario, el mismísimo
Cuenta su hijo que el fundador se iba a hacer fotos de diferentes eventos y luego presentaba las noticias apoyado en las imágenes fotográficas que los camarógrafos “magnificaban” en las pantallas. Esto porque, en esa época, aún no existía el
Don René Picado, quien ya era muy conocido en la sociedad costarricense, terminó de catapultar su popularidad al convertirse en el amigable presentador de noticias que terminaba las transmisiones guiñando un ojo y levantando el dedo pulgar.
El entusiasmo del arranque contagió a otra serie de emprendedores que, ya desde el primer año, estrenaron sus propios programas en vivo. Entre ellos
Antes del primer aniversario, el mismo Santiago Ferrando lanzó el ya legendario
Inés Sánchez de Revuelta se incorporó a la empresa en 1961 con un especial navideño y tras ella siguió la senda de espacios que fueron marcando las décadas sucesivas.
A pesar del éxito rotundo que tuvo la televisión desde el principio, la venta de publicidad no fue, en absoluto, cosa fácil.
“Papá recorría la Avenida Central de arriba a abajo tratando de persuadir a los dueños de los negocios, y al principio fue muy duro convencerlos de que pautaran, porque ellos argumentaban que era mucho mejor hacerlo en los periódicos. Sostenían que la gente se llevaba el diario para la casa y ahí seguía estando el anuncio; en cambio, en la televisión –decían ellos– el que no lo veía ya no lo vio”, rememora Picado Cozza, con tono divertido.
El primer anuncio en canal 7 ofreció dos productos nuevos: la recién llegada televisión y la novedosa margarina o mantequilla vegetal con el lema de “Numar American Brand, ¡rica con el pan!”.
Las anécdotas pintorescas abundan, y empiezan por casa. Hace 20 años, Paula Picado, una de las herederas del emporio, le contó a
“Resulta que uno de los primeros anuncios fue el de un jabón. Por pura coincidencia, la compañía ideó hacer una encuesta entre las amas de casa para determinar la marca de detergente que usaban. Pues llegaron a nuestra casa y mamá dijo el nombre del jabón de la competencia. Al rato llamaron a papá para quejarse”, contó Paula.
Apenas nueve años después de ver cumplido su gran sueño, don RenéPicado Esquivel falleció de un súbito quebranto de salud, cuando tan solo tenía 39 años.
Entonces su esposa, Olga Cozza de Picado, debió secarse las lágrimas para asumir no solo la viudez y la maternidad de sus tres pequeños hijos, sino también la conducción del proyecto que tantísimo le había costado a su esposo.
De esta forma, a partir de 1969, doña Olga se convirtió en el eje de Televisora de Costa Rica, mientras sus tres hijos, René, Marco y Paula, terminaban su infancia para asumir, cada uno, su papel en la empresa familiar.
Marco falleció en 1996, pero tanto doña Olga como René y Paula se han mantenido al pie del cañón en la empresa que hoy celebra su medio siglo y que intenta honrar a diario, según afirma René Picado Cozza, el ímpetu y el entusiasmo de sus fundadores.