Dejarse abatir o buscar salidas para seguir adelante es la disyuntiva a que se enfrentan las personas cuando el destino da un giro inesperado y les cambia su proyecto de vida.
Para Giovanni Rodríguez Granados, odontólogo, profesor y deportista, ese momento de crisis tuvo lugar hace 18 años, cuando se dio cuenta de que no volvería a caminar y quedó confinado a una silla de ruedas.
Hoy, su habilidad con la raqueta en el tenis de mesa en silla de ruedas, lo ha convertido en uno de los mejores jugadores de América y le ha permitido enaltecer el nombre de Costa Rica.
En unos días, Rodríguez representará al país en el Campeonato Mundial Paraolímpico que tendrá lugar en Corea del Sur. Mas este camino hasta Asia, ha tenido sus cuestas, y bien empinadas.
El tibaseño, nacido un 12 de febrero de 1964, se crió en Cinco Esquinas como un niño travieso y fogoso. “Mi mamá me decía que era hiperactivo, siempre me gustaba jugar futbol y mi primer juguete fue una bola”.
Su padre, del mismo nombre y por entonces un reconocido futbolista nacional, le heredó esa pasión por los deportes que, desde joven, también lo acercó al tenis de mesa.
No obstante, el destino tenía otras canchas para Giovanni. Antes de cumplir los 28 años, ya era padre de Giovanni, Allan y Elías, a quienes trajo al mundo con Rebeca Contreras, su compañera y amiga por más de 30 años.
Al recordar la noche de aquel trágico 6 de setiembre de 1992, todavía la tristeza se asoma a sus mirada. “Sentí que la vida se me vino encima”, afirma.
Había pasado la tarde disfrutando con unos colegas en la playa y, por la noche, se fueron a una discoteca en el centro de Golfito, Puntarenas, donde realizaba su servicio social como odontólogo.
Acepta que había empezado a vivir de manera equivocada, cruzando a menudo la barrera de los excesos. “Me encantó eso de que la gente me reconociera, que empezaba a formar parte de una élite; hasta parecía que las mujeres me encontraban más atractivo. Eso me hizo perder el control”.
“Aquella noche, había dejado mi carro estacionado en un muelle y tenía que ir a recogerlo. Pero en vez de irme para la casa, me devolví a la discoteca. A los pocos segundos de ir conduciendo, me quedé dormido y choqué contra un muro”, relata.
Cuatro meses estuvo internado en el Hospital Calderón Guardia, los dos primeros acostado permanentemente. “Sentí tocar el cielo cuando, a los dos meses, me sentaron en una silla; pero al instante me descompuse”.
Cuando apenas comenzaba a adaptarse, una mala pasada de su silla lo hizo mirar hacia el cielo en busca de una ayuda divina.
“Fui al baño, había una rampa, y me fui de cabeza. En ese momento dije: ‘Dios mío, si así voy a pasar el resto de mi vida, ¡ayúdame!’”. Casi susurrando, confiesa que lloró un año completo, pues no le encontraba sentido a su existencia.
Sin embargo, el dolor y la angustia causados por la paraplejia no se comparan con el vacío que le dejó el fallecimiento de su hijo Elías, quien solo tenía 10 años.
“Prefiero vivir diez veces lo que pasé en el accidente, que volver a enfrentar la décima parte de lo que es perder a un hijo”, comentó, para cambiar inmediatamente de tema ya que aún no logra hablar de ello.
De vuelta a su condición, recuerda cómo la falta de dinero para mantener a su familia se sumó a su discapacidad.
Estaba en la calle, por lo que empezó a tocar puertas. El Colegio de Cirujanos Dentistas le dio un préstamo con el que pudo alquilar un consultorio y, sin saber muy bien cómo lo haría, empezó a dar consulta. Al principio, le resultaba agotador; atendía a un paciente y debía descansar 45 minutos para recuperar fuerzas.
“Tuve que buscar la forma de utilizar el pedal de la silla. Una persona en óptimas condiciones lo maneja con el pie, pero yo debo hacerlo con la mano”, precisa.
Ahora hasta siente amor por su silla de ruedas, esa misma que lo acompaña y lo escolta en sus torneos de tenis de mesa, deporte que volvió a practicar hace 13 años y lo ha llevó, en el 2005, hasta el podio de mejor jugador de América.
Gracias a su destreza, ha competido en países a los que nunca soñó viajar y, este 25 de octubre partirá a Kwangju, Corea del Sur, para competir en el Campeonato Mundial Paraolímpico que se disputará allá.