Inmortalidad

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El lunes pasado leí en este diario, de un notable pensador costarricense, un bellísimo artículo en el que se perfila una suerte de lamento por la brevedad de la vida humana. “Por eso, cuando termine mi tránsito por estos lares, prometo que le diré a quien me reciba al otro lado, que el encargado de fabricar hombres se equivocó al acondicionarlos para vivir tiempo tan corto”, escribió. Unas dos horas después de esa lectura, cayó en mis manos el texto de una entrevista que el poeta Wolgang Farkas le hizo, en noviembre de 2002, al poeta y novelista francés Michel Houellebecq, quien declara: “Que quede claro: la vida tal cual, no es mala. Hemos realizado algunos de nuestros sueños. Podemos volar, podemos respirar bajo el agua, hemos inventado aparatos electrodomésticos y el ordenador. El cerebro, por ejemplo, es un órgano de gran riqueza y la gente muere sin haber explotado todas sus posibilidades. No porque la cabeza sea demasiado grande, sino porque la vida es demasiado corta. Envejecemos con rapidez y desaparecemos. ¿Por qué? No lo sabemos, y si lo supiéramos nos sentiríamos igualmente insatisfechos. Es muy sencillo: los seres humanos quieren vivir y sin embargo tienen que morir”.








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