Hay un tema del cual no se habla frecuentemente en las entidades de acción. Se trata del legado.
¿Cuál es el legado de una persona, de un político, de una institución?
El legado es la marca que quedará tiempo después de que la existencia de esa persona o ente haya concluido. Winston Churchill rugió y la democracia se salvó. La administración Calderón Guardia nos legó la universidad y las garantías sociales. El Instituto Costarricense de Electricidad nos legó el empoderamiento para acometer proyectos de envergadura. El Inbio nos ha legado la sensibilidad por la biodiversidad.
Educación. La Escuela Normal de Costa Rica, fundada en 1914, fue el centro académico nacional hasta que se fundó la Universidad de Costa Rica. Postulo que el legado de la Escuela Normal, no fueron los maestros que graduó, ni las clases que dieron estos maestros, ni los discípulos a quienes educaron, sino la valoración que dimos a la educación formal.
Esa valoración es la que ha dado sustento hasta hace pocos años, al entusiasmo con el cual abuelos, padres y chicos enfrentaron las dificultades de educarse.
Esa idea del legado lleva a pensar en que es necesario ir más allá de los objetivos y los planes estratégicos, para concentrar la energía en algo que los incluye, los supera, los sintetiza.
La acción humana va ocurriendo en cada momento en el presente. Al pasar los años, alguna cristaliza en un legado. Otra se desvanece en esfuerzos válidos, respetables, pero que no cristalizan.
¿Se podrá planear el legado? ¿Cómo manejar la inevitabilidad de que forzosamente vamos a dejar un legado, negativo, cero o positivo?
Hay que empezar por invocar el concepto ¿Qué esperamos de una escuela de música? ¿Músicos o sensibilidad musical de la comunidad? ¿Y de una escuela de educación física? ¿Atletas o responsabilidad personal por la salud? ¿De un partido político? ¿Tantos años en el poder o una impronta cívica en la población?
Soñar con el legado le puede dar nuevo sentido a la acción cotidiana.