El desgarramiento del Partido Acción Ciudadana (PAC) aflora en la Asamblea Legislativa con inusual dramatismo. Entre los cinco legisladores “ottonistas”, liderados por Jeannette Ruiz, y los seis restantes, encabezados por la jefa de fracción, Yolanda Acuña, hay una abierta pugna por la ubicación de un diputado en la Comisión de Control de Ingreso y Gasto Público, sede principal del ejercicio del control político.
Acuña exige al presidente del Congreso, Víctor Granados, respetar su deseo de colocar a Víctor Hernández en la Comisión. En su lugar, Granados nombró a Manrique Oviedo, exjefe de fracción y destacado dirigente del grupo “ottonista”. La bancada apenas observa ya las formas: Hernández describe al bando contrario como una “subfracción” y señala, con algo de malicia, su “curioso” acomodamiento en las posiciones de mayor interés.
Es difícil no entrever en las declaraciones de Hernández una alusión a la supuesta cercanía del grupo “ottonista” con el oficialismo y, en consecuencia, con sus aliados del Partido Accesibilidad sin Exclusión, al cual pertenece el presidente legislativo.
La pugna evidencia contradicciones más profundas, cuya solución es necesaria para sacar al partido de la confusión. Por lo pronto, todo en el PAC es indefinición. No es posible, siquiera, decir cuál de los dos bandos podría llamarse disidente. El grupo de Acuña posee la representación legislativa formal por el escaso margen de un voto. Además, encuentra apoyo en la presidencia y la secretaría general. El bando opuesto tiene argumentos para reclamar la representación de los postulados tradicionales y la legitimidad emanada de su larga militancia al lado de Ottón Solís, máximo líder y fundador del partido.
¿Cuál de las dos “subfracciones”, para utilizar el lenguaje de Hernández, es la disidente? Quizá ambas merezcan el calificativo, una por apartarse de los órganos formales de conducción política y otra por su inclinación al revisionismo y la confrontación con el liderazgo histórico.
El problema planteado tiene mucho de juego semántico, pero patentiza el estado de confusión imperante. Es, a fin de cuentas, un dilema de identidad cuya definición no se producirá en el Congreso, sino en los órganos del partido, donde uno de los bandos terminará por imponerse. Creer en la coexistencia, luego del nivel de confrontación alcanzado, no es pensar con realismo.
Las “subfracciones” son expresión definitiva de los desacuerdos acumulados a lo largo del tiempo. Las corrientes opuestas colisionaron este año en el congreso ideológico, donde la vigencia del Código de Ética se convirtió en simbólico parteaguas.
Chocaron, también, en el plenario legislativo cuando el grupo “ottonista” manifestó su incomodidad con la alianza opositora y apoyó la reforma fiscal del Gobierno. Esos son los conflictos más recientes, pero la confrontación nació tiempo atrás, cuando la administración Arias ganó el referéndum sobre el tratado de libre comercio con los Estados Unidos (TLC).
Juan Carlos Mendoza, expresidente del Congreso y uno de los principales asesores parlamentarios de aquel momento, estuvo a punto de abandonar el partido cuando Ottón Solís insistió en no obstaculizar la aprobación de la agenda complementaria del TLC. Elizabeth Fonseca, presidenta del partido, recuerda aquella confrontación y dice no estar “arrepentida de nada”. “Más bien me siento orgullosa. Don Ottón hubiera querido que se presentaran menos mociones, pero algunos no estábamos de acuerdo”.
Las diferencias se extendieron a la posible unión electoral del PAC con grupos ubicados a la izquierda, con los cuales hubo comunión de objetivos durante el referéndum sobre el TLC. Las fuerzas tradicionales, encabezadas por Solís, impidieron la alianza. El año pasado, Alberto Cañas, expresidente del partido, aludió a la participación de “chavistas” en la campaña. Elizabeth Fonseca, sin negar el cargo, respondió que a su antecesor “se le disculpan esas cosas” pues “está más allá del bien y del mal”.
La pugna manifestada por el fenómeno de las “subfracciones” no gira en torno a personalidades y puestos. Es una lucha ideológica entre las corrientes fundacionales del partido y un ala izquierda cuyo protagonismo tras la derrota electoral del 2010 es innegable. La resolución no podrá darse sin costos, pero la alternativa es la parálisis.