El filósofo escocés Thomas Carlyle dedicó los mejores años de su senectud a enseñarnos que –como en los pésames– no somos nada, y que, hasta para elevarnos a la condición de masa, dependemos de los héroes. Estos –cree– guían a la humanidad hasta las puertas del futuro comosi no supiese cruzar la calle.
De haber leído a Thomas Carlyle, los dictadores hispanoamericanos habrían aplicado aquellas curiosas ideas si no los hubiese distraído su condición de analfabetos.
Carlyle sentenció aquella dura filosofía en el libro De los héroes (1841), pero, en 1933, G. K. Chesterton ironizó: “El culto de los héroes ha dejado de estar de moda gracias a Carlyle, quien lo convirtió en una moda” ( La novela en la historia ).
Es fama que Carlyle fue un hombre amargado, condición que ocurre cuando un misántropo aplica el precepto evangélico de amar a sus prójimos como se ama a sí mismo.
No se llevó esa impresión el filósofo estadounidense Ralph Waldo Emerson cuando conoció a Carlyle en 1833. Únicamente se vieron durante dos días, pero la amistad se les quedó como un hábito que vistieron mutuamente.
Emerson admiró a Carlyle y en 1850 publicó el libro Hombres representativos , cuyo título es un eco de De los héroes , pero nada más.
Así, para Carlyle, los héroes son temibles superhéroes enviados por el Destino a la Tierra para castigarla por no tomar su sopa; en cambio, para Emerson, los héroes son magnos espejos de nuestra dignidad: “Si Europa es Napoleón, es porque los hombres a quienes gobierna son pequeños Napoleones”.
Su primera disidencia surge en 1834, cuando Emerson lee partes de Sartus Resartus (Sastre remendado), un futuro, caprichoso, sardónico y abstruso libro de Carlyle. En una carta, Emerson objeta ese remendado cajón de sastre; la amistad sobrevive, pero no el ejemplo.
(Rara coincidencia: muerto Camilo José Cela, su discípulo Francisco Umbral halló que, ya anciano, “Cela se había puesto a escribir oscuro, complicado, reiterativo”.)
Otras disidencias ha hallado la historia. A pesar de desprecios imperiales –que Víctor Flury ha notado–, Emerson vive aún como una réplica optimista y democrática a las sombras peligrosas de Carlyle.
El discípulo superó al maestro.