La envidia es la única mala consejera que suele tener razón. Esto es algo que nunca le han perdonado los otros pecados capitales, y por eso la envidian, de modo que, cuanto menos les gusta la envidia, más se parecen a ella y más envidia hay.
Aún así, el envidioso no debe de ser tan mala persona pues olvida pronto su envidia siempre que a los otros les vaya mal. Esto significa que, para curar a nuestro prójimo del feo pecado de la envidia, solamente debemos procurar que nos hunda la desgracia.
El filósofo Francis Bacon escribió tan bien sobre la envidia, que aún la suscita. En su ensayo De los padres y los hijos (1612), Bacon afirma: “La diferencia en afecto de los padres hacia sus hijos es muchas veces desigual e inmerecida”.
Así, la preterición contra ciertos hijos causa resentimiento en ellos, sobre todo cuando es inexplicable. Entonces les surge la envidia, mala consejera, y tiene razón.
Jacob hizo mal en preferir a su hijo José: “Viendo sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos, lo aborrecían” ( Génesis , 37).
Los hermanos traman asesinar a José, pero el mayor, Rubén, intercede y, al fin, lo venden como esclavo. En Egipto, con gran poder, José pondrá a prueba a sus hermanos, quienes no lo reconocen.
José exige que el menor, Benjamín, comparezca ante él y viaje lejos del padre de todos, Jacob. En ese momento, uno de los hermanos, Judá, se ofrece a convertirse en esclavo del Faraón a cambio de que Benjamín no sea separado de su padre.
Ante esa prueba de fraternidad, José se revela, perdona el daño que sus hermanos le hicieron; apelando a su poder, trae a su padre e instala a su familia en Egipto.
Más pronto, más cerca, surgió otro caso de fraterno sacrificio.
Hace un tiempo, el filólogo mexicano Bulmaro Reyes Coria publicó una precisa y bilingüe versión del libro latino De la invención retórica (UNAM, 1997), de Cicerón.
Reyes dedica el libro a Nina, su madre, analfabeta, y a su hermano Octavio, quien abandonó la escuela para trabajar desde niño como albañil a fin de pagar la educación de Bulmaro, hoy traductor grecolatino: “Ambos, que no estudiaron, quisieron que yo estudiara”.
Cicerón se hubiese emocionado, y el autor del Génesis también.