17/8/11. Hacienda Pinilla, Guanacaste. Torneo de Golf donde varias estrellas participaron. foto: eyleen vargas (Eyleen Vargas)
“El número cero, nunca hay que olvidarse del cero”, repite el estadounidense Scott Flansburg una y otra vez. Según este genio de 47 años, el cero es el “nuevo” número, el que los maestros olvidan enseñar a sus alumnos y la razón por la cual él ha logrado entender la matemática de un modo revolucionario.
En segundos y sin utilizar ningún tipo de aparato electrónico, es capaz de resolver sumas, restas, divisiones y multiplicaciones complejas, e incluso raíces cuadradas.
Flansburg, a quien se le conoce como la “calculadora humana” , visitó el país hace un par de semanas para asistir a un torneo de golf de celebridades en Hacienda Pinilla, y accedió a contar algunas de sus historias.
Sí, posee una destreza especial y lo sabe. Solo así puede explicarse que, sin mayor esfuerzo, logre calcular el resultado de operaciones numéricas a una velocidad enorme. “El cerebro va tan rápido que la lengua se queda atrás”, añade él mismo.
Su habilidad lo ha llevado a presentarse en conocidos espacios de la televisión estadounidense como
El secreto, continúa, se encuentra en el área 44 del cerebro, donde ocurre la verdadera lógica y no lo que él llama la “memoria matemática”. “Si yo le pregunto cuánto es cinco más cinco, usted sabe la respuesta porque está en su memoria. Pero, en realidad, nunca hizo ninguna matemática. De esta manera, solo se ejercita la memoria, pero nunca la lógica, y es un lado del cerebro completamente distinto”.
Los últimos años los ha pasado enseñando a niños y jóvenes nuevas formas de entender los números; y a los maestros, otras técnicas de enseñanza. Continuamente, insta a la gente a “encender la calculadora humana”, expresión con la que se refiere a sacudir el miedo a los números.
“Cuando uno enciende una calculadora, siempre empieza en cero. Si empezara en uno, usted sabría que algo anda mal. Yo le digo lo mismo a los estudiantes: si quieren encender su calculadora humana, siempre tienen que empezar desde cero”.
Tenía solo nueve años cuando los números lo sedujeron. Un día, mientras su maestra explicaba matemática, le ordenó pasar a la pizarra. “Ella se dio cuenta de que yo no estaba poniendo atención y por eso me pidió que resolviera un problema de sumas. Como yo no había oído la explicación, me vi obligado a resolverlo de manera lógica”.
El resultado fue correcto; pero el procedimiento que usé, poco ortodoxo y opuesto al método de la profesora. Ella, impresionada, lo retó a hacer otro problema para comprobar si había acertado solo por casualidad. “Lo resolví de nuevo. Mi mente había encontrado una manera mas ágil de hallar respuestas”, recuerda.
Desde entonces, en sus ratos de ocio, se dedicó a buscar nuevas maneras y “caminos cortos” para llegar a un resultado . Y pronto supo que su destino era mantenerse ligado a los números.
“Me sentaba a buscar formas más fáciles de lograr las mismas soluciones, y así descubrí patrones básicos que le permitieron a mi mente ver los números de modo más claro”.
Durante el colegio, la matemática fue su mayor fortaleza. No puede decirse lo mismo de inglés, su flanco más débil y el que, a la postre, le impediría terminar la secundaria.
“Cuando estaba en mi último año de colegio, mi profesor de inglés me reprobó por un punto. Eso fue suficiente para que perdiera todas las oportunidades de becas en ese momento”, relata.
En vez de continuar los estudios, Scott decidió entrar en la Fuerza Aérea de los Estados Unidos a finales de los años 80 y, durante el servicio militar, por primera vez, compartió sus conocimientos de matemática con sus compañeros.
Eso significa que Flansburg nunca ha puesto un pie en una universidad y, al día de hoy, su graduación de secundaria se mantiene en vilo, aunque esto no es cosa que lo desvele.
“Ahora hablo en convenciones y doy charlas para enseñar mis técnicas a profesores de todo el mundo. Después de oír una presentación, me preguntan a cuál universidad fui. Siempre se sorprenden cuando les digo que a ninguna”.
Flansburg no se considera profesor de matemática sino una especie de predicador. Se ve a sí mismo como “un conferencista que intenta difundir su mensaje de cómo se debería enseñar la ciencia de los números”. “Los profesores están enseñando la matemática de manera errónea a los niños. Por un lado, se les enseña a leer de izquierda a derecha, pero cuando llegan a la materia de matemática, los obligan a trabajar de derecha a izquierda”.
Le preocupa también que, socialmente, se acepte que alguien sea malo para los números, pero que no se toleren las deficiencias en otras áreas del aprendizaje, como la lectura. “No ser bueno en matemática no se percibe como algo grave, pero si alguien fuera analfabeto, se avergonzaría muchísimo de serlo”.
Dentro de sus mayores aportes está el programa “I Count”, para el que realiza giras por Estados Unidos y América Latina. En ellas, intenta convencer sobre la importancia de la estimulación temprana de la lógica y la aritmética. Además, es embajador y patrón del Día Mundial de las Matemáticas, en el cual compiten cientos de niños en el mundo.
“Me gusta enseñarles a los estudiantes que soy la ‘calculadora humana’ y compito contra sus calculadoras para demostrarles que el cerebro es mejor que cualquier máquina”, subraya.
“Eso sí, les insisto en que, primero, soy humano, y luego, calculadora, de modo que también puedo equivocarme. En la matemática siempre es válido cometer errores; más aún, es la única manera de aprender”.
Con celo casi evangélico, está decidido a difundir su mensaje para cambiar la actitud de la gente. Y para lograrlo, tiene la certeza de que hay que comenzar por el cero”.