Además de trabajar en un título de un drama de Antón Chéjov, la gaviota es un ave. En La gaviota , un escritor mata una, y tal vez este crimen presagie el suicidio de otro personaje de la obra. Todo es simbólico, indirecto, pero intenso, aunque el autor haya escrito a un amigo que trazó ese drama a la inversa del crescendo : con un diminuendo que cae levemente hasta afantasmarse con vocación de humo.
En los dramas del gran ruso, algunos críticos ansían encontrar la expresión de “la soledad inherente al hombre”, de “lo trágico de la condición humana” y otras tonteras pesimistas que o nos hunden en la depresión o nos sacan de la alegría –lo bueno es que uno siempre puede escoger–. Aún así, las obras del sutil Chéjov son siempre mejores que otros dramas: obras que, cuando uno las ve dos veces, dan ganas de haberlas visto una sola vez.
Como se dijo, la gaviota también es un ave, del filo Chordata , lo que no entendemos, pero que respetamos pues comienza en griego y termina en latín. También se ha descubierto que, para las gaviotas, los ratos de comer son las horas-pico.
La gaviota es muy inteligente y todo lo capta al vuelo. Así, apenas nace, la cría picotea una mancha roja y amarilla que ve en su padre, y él le regurgita alimento. Si un humano interfiere y cambia los colores, la cría no picotea (Boris Cyrulnik: Bajo el signo del vínculo , cap. III). Bueno, a decir verdad, eso no es inteligencia, sino instinto; es decir, la inteligencia que ya viene hecha.
En todo caso, los humanos no somos muy diferentes. Nacemos con instintos alimentarios y hasta con el instinto de la sonrisa. También aparecemos con el instinto de no matar a otro ser humano, sobre todo a los conocidos.
“Nuestras inhibiciones innatas de la agresividad están determinadas por nuestra dotación biológica”, afirma el etólogo Irenäus Eibl-Eibesfeldt ( Amor y odio , cap. VI). El ser humano no practica siempre esa buena inhibición, mas un coronel norteamericano, Dave Grossman, psicólogo y pacifista, relata casos admirables de resistencia a matar, incluso en las guerras.
Hasta la Segunda Guerra Mundial, era enorme la cantidad de disparos mentirosos, lanzados al aire; pero, ya en la guerra de Vietnam, aumentó la “efectividad”: técnicas psicológicas lograron que los soldados imaginasen que el enemigo era un muñeco: la “figura 2”.
La historia confirma nuestra resistencia a asesinar. En la Navidad de 1914, soldados franceses y alemanes, “enemigos”, se abrazaron para escándalo de los generales. Los soldados fueron castigados y la matanza siguió. En general, los generales prefieren ganar de cerca los sueldos y de lejos las guerras. Les parece igual que mueran un hombre, una mujer o una gaviota.