Para muchos Gobiernos alrededor del planeta, las diatribas del presidente iraní Ahmadinejad no pasan de bravuconadas teatrales. Así ocurrió esta última semana en la Asamblea General de la ONU, en Nueva York.
Sin embargo, este año hubo mayor tensión que en asambleas recientes donde Ahmadinejad lanzó rayos y centellas contra Estados Unidos e Israel. Irán mantiene conflictos con la comunidad internacional en torno a las armas nucleares, en tanto la escalada armamentista que la República Islámica publicita sin descanso, mantiene en vilo al golfo Pérsico.
No es posible dejar de lado a Israel, nación que Ahmadinejad y Jamenei han prometido hacer desaparecer del mapa. Tampoco podemos extraer del recuento a Latinoamérica, donde la creciente presencia de Teherán primero causó interrogantes, pero hoy, con un abultado archivo de pruebas, ya no deja dudas.
Otra razón de alarma global es el avance de Irán en el combate cibernético. Una evaluación conjunta de los servicios militares y de inteligencia norteamericanos, que, a pesar de ser secreta, ya se publica en varios periódicos, señala que “la agresión cibernética iraní debe verse como un componente más, junto a los esfuerzos de apoyar el terrorismo y hasta la guerra encubierta que libra Teherán contra Occidente”.
Puntualizan los informes que el mes pasado los iraníes desencadenaron un ataque de grandes dimensiones contra varias de las principales entidades financieras de Estados Unidos. Aunque no tuvo éxito, los analistas concluyen que la ofensiva, una de varias que fueron frustradas, sí demostró el progreso que Irán ha alcanzado en esta materia.
El senador Joseph I. Lieberman, presidente del crucial Comité de Seguridad Interna, manifestó que los consorcios financieros objeto del ataque fueron, entre otros, JP Morgan Chase y el Bank of America. Los intentos por dañar los sitios en Internet de esas entidades podrían responden a un ánimo de venganza por las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos y las principales naciones europeas.
Agreguemos la negativa de Teherán a arrojar luz sobre sus avances nucleares, mientras asegura que su trabajo en este campo se orienta al uso pacífico de la energía atómica. La Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) exige a Teherán poner a disposición de los inspectores todas sus instalaciones, datos y documentos. Dichosamente la AIEA es hoy dirigida por un funcionario que ha demostrado valentía al enfrentarse con las negativas y medias verdades de Teherán.
Pero los directorios y otros estratos decisorios de los organismos multilaterales tienen la posibilidad de anular los esfuerzos. Véase la difícil y dolorosa ruta de la ONU en Siria, maniatada por la mezquina conducta de dos países en el Consejo de Seguridad.
Los retos que Ahmadinejad enfrenta en su propio país, particularmente del supremo jefe de la República Islámica, el ayatolá Jamenei, y sus legiones de clérigos, no le perfilan un retiro tranquilo este año, cuando deje la Presidencia, pero su impronta en la República Islámica la tiene convertida en fuente de desasosiego para el mundo entero.