CHENGDU. China. Un día del verano pasado, Pu Xiaolan estaba a la mitad del turno, inspeccionando carcasas para iPad cuando recibió una silla de madera beis con franjas blancas y un respaldo alto y fuerte.
Al principio, Pu se preguntó si alguien había cometido un error. Sin embargo, cuando sus jefes pasaron por ahí, inclinaron la cabeza en gesto cortés. Así es que Pu se sentó suavemente y se recargó. Se relajó su cuerpo.
Eran ciertos los rumores. Cuando un año antes contrataron a Pu en esta planta de Foxconn, recibió un banco de plástico verde y patas cortas, que le provocaba un dolor de espalda terrible por no poder recargarse y que no la dejaba dormir en la noche. Eventualmente, la promovieron a una silla de madera, pero el respaldo era demasiado pequeño como para recargarse. Los gerentes de esta fábrica con 164.000 empleados, supuso ella, creían que la comodidad alienta la pereza.
Sin embargo, en marzo, sucedió algo desconocido para Pu, se había realizado una reunión muy importante entre los altos ejecutivos de Foxconn y un funcionario de alto rango de Apple. Las compañías se habían comprometido a un amplio espectro de reformas.
Foxconn, el empleador privado más grande de China, prometió reducir drásticamente la jornada de los obreros e incrementar en forma significativa los salarios, reformas que, si se implantan en su totalidad próximamente como está planeado, podrían generar un efecto dominó que beneficie a decenas de millones de trabajadores en toda la industria electrónica, dicen expertos en empleo.
Los cambios también se extienden a California, donde está la sede de Apple. Este gigante de la industria electrónica triplicó en el último año a su personal de responsabilidad social corporativa, reevaluó su forma de trabajar con los fabricantes, ha pedido a sus competidores que ayuden a detener las excesivas horas extras en China, y se acercó a organizaciones de defensoría a las que despreció alguna vez.
Ejecutivos de empresas como Hewlett Packard e Intel dicen que esos cambios han convencido a muchas compañías electrónicas en cuanto a que también deben reestructurar la forma en la que interactúan con las plantas y los trabajadores en el extranjero, aunque a menudo con un costo en sus balances, dicen analistas, pero quizá no tanto como para afectar los precios al consumidor.
Aun con estas reformas, persisten los problemas crónicos en las fábricas en ultramar. Muchos obreros todavía trabajan horas extras ilegales y la seguridad de algunos empleados es riesgosa, según entrevistas e informes publicados por organizaciones de defensoría.
Impulso de un inspector. “¡Esto es una desgracia!”, gritó Terry Gou, fundador y presidente de Foxconn, el fabricante de aparatos electrónicos más grande del mundo y el socio industrial más importante de Apple.
Era marzo del año antepasado y Gou – al que, desde hace mucho, los activistas ven como un obstáculo para el mejoramiento de las condiciones dentro de sus fábricas – se reunía con sus más altos subalternos en Shenzhen, China. En 2011, The New York Times empezó a enviarle a Apple y Foxconn cuestionarios extensos sobre las condiciones laborales en las plantas donde se manufacturan los productos de Apple. En los artículos resultantes se detallaban los problemas que iban desde las horas extras excesivas y los obreros menores de edad, hasta peligros mortales, en ocasiones. Una explosión en la planta Foxconn de Pu mató a cuatro obreros.
Luego, por primera vez, Apple dio a conocer los nombres de muchos de sus proveedores. Adicionalmente, la compañía tomó la medida insólita de integrarse a la Asociación para el Trabajo Justo, una de las organizaciones más grandes que monitorean a los centros de trabajo. Pronto, auditores de la Asociación inspeccionaban a los socios de Apple en China, empezando en Foxconn.
Ahora, Gou se enteraba de los resultados de esas inspecciones. Foxconn no había suspendido las horas extras ilegales, el principal inspector de la Asociación le dijo a Gou y sus subalternos, según múltiples personas con conocimiento de la reunión. La compañía no estaba dejando fuera de los turnos nocturnos a los pasantes.
Foxconn no había aplicado suficientes políticas de seguridad y había expuesto a cientos de miles de trabajadores a por lo menos 43 violaciones de leyes y reglamentos chinos.
Sin embargo, no había terminado el inspector.
Volteó a ver al único ejecutivo de Apple en el salón, Jeff Williams, el vicepresidente senior para operaciones. También Apple necesitaba cambiar, dijo el inspector. Dicho en su favor, Apple ya había estado trabajando durante años para mejorar las condiciones en las fábricas de ultramar, pero abordaba demasiado tales problemas como si fueran enigmas de ingeniería, señaló el inspector.
“Las soluciones de largo plazo requieren un enfoque más desordenado y más humano”, fue eso lo que el inspector Auret van Heerden de la Asociación para el trabajo Justo le comentó a Williams. En lugar de concentrarse en diseñar más políticas, Apple necesitaba escuchar mejor las quejas de los obreros y las recomendaciones de las organizaciones de defensoría.
Algunas de esas sugerencias sorprendieron a Williams, dicen personas que trabajaron con él. Desde 2007, Apple había integrado uno de los programas de auditoría más extensos en la industria electrónica, e inspeccionó 800 instalaciones. Era un punto de orgullo tanto para Williams como para la alta dirigencia de la compañía.
Los cambios empezaron cuando Williams – quien declinó comentar para este artículo – regresó a California de esa reunión en marzo. Entre ellos, dicen personas con conocimiento de primera mano, fue la contratación de aproximadamente 30 profesionales para la unidad de responsabilidad social de Apple, con lo cual se triplicó el tamaño de esa división y se integraron a la compañía prominentes activistas corporativos. Se volvió a reclutar a dos ex ejecutivos de Apple ampliamente respetados – Jacky Haynes y Bob Bainbridge – para que ayudaran a dirigir la unidad, quienes, básicamente, se dirigirían a Williams y al director ejecutivo Timothy D. Cook.
“Todos conocen a Bob y a Jacky”, comentó un ex ejecutivo de Apple. “Eso manda el mensaje de que Jeff y Tim esperan que todos se sumen al esfuerzo”.
“Ahora saben que si no participan, es lo mismo que no decir nada”, dijo.
Foxconn también cambió. Después de la reunión con la Asociación para el Trabajo Justo, anunció que para julio de 2013 no se permitiría que ningún empleado trabaje más de un promedio de 49 horas a la semana, el límite que establece le ley china.
Anteriormente, algunos empleados de Foxconn trabajaban horarios que se acercaban a las 100 horas a la semana. Ningún otro fabricante grande se ha comprometido a cumplir con los horarios laborales que estipulan las leyes de China en esa forma tan pública. Foxconn, cuya sede está en Taiwán, también prometió incrementar los salarios, para que no bajen a causa del horario reducido; el equivalente a un incremento de 50 por ciento para muchos obreros, dicen analistas.
Toque más humano. A casi 322 kilómetros al sureste de la fábrica donde Pu recibió su silla nueva, está otra planta que experimenta en mejorar la calidad de vida de los trabajadores, y muestra las compensaciones de tales beneficios.
La fábrica, en Chongqing, hace computadoras para Hewlett Packard, una compañía con poco del glamur de Apple. La opera Quanta, un fabricante taiwanés poco conocido.
Dentro de la planta, en medio de miles de obreros en brillantes uniformes blancos, se ven ocasionales destellos del rosa que usan personas como Zhang Xuemei, una jovial chica de 19 años, con aretes centelleantes, y cuyo único trabajo es conversar con los compañeros de trabajo.
Durante ocho horas al día, Zhang recopila quejas sobre las comidas y los dormitorios gratuitos en la fábrica. Escucha a los obreros que se están divorciando, sienten nostalgia por su lugar de origen o discuten con gerentes. Cuando encuentra que alguien está sufriendo, lo refiere al doctor de tiempo completo que tiene la empresa o a terapeutas profesionales.
Los dormitorios de 10 pisos de Quanta parecen universitarios. Hay cine gratuito, salas de televisión, un enorme gimnasio de artes marciales, dos espaciosos bares con karaokes, una cafetería enorme y un salón de aeróbicos en el que se toca la versión china de Gangnam Style .