En LaNación del domingo 11 de noviembre, don Óscar Arias nos recomienda orientarnos por la apertura del desarrollo chino, cosa interesante si no la vemos como una receta universal y nos aclaramos cómo es que esta apertura se ha producido, por qué ha sido beneficiosa y qué enseñanzas podemos aprender.
En primer lugar, el impulso inicial que sacó la economía china de la postración no fue la inversión externa, sino la reforma agraria iniciada en 1978 con la liberación de los precios del mercado para los excedentes agrícolas de los campesinos. Esta medida, tomada bajo presión de los campesinos y respaldada en su oportunidad por Deng Xiao Ping, incrementó aceleradamente los ingresos de centenares de millones de pequeñas empresas. Esta dinamización estimuló la demanda de productos industriales, tanto para la producción agrícola como para el consumo, al mismo tiempo que impulsó la aparición de nuevas pymes locales, especialmente de servicios.
En segundo lugar, se eliminó la planificación central con ordenamiento administrativo en el ámbito nacional al mismo tiempo que se impulsó la descentralización y las atribuciones de los poderes locales. En este proceso, se trazaron grandes líneas de desarrollo y se definieron prioridades regionales y locales dentro de un nuevo ordenamiento donde el mercado ha jugado un papel muy importante dentro del contexto institucional. De tal forma que la creación de zonas económicas especiales y la inversión externa se han orientado por las necesidades nacionales y prioridades locales, dentro el nuevo ordenamiento de regionalización y descentralización.
Dos principios generales guiaron este proceso: “Pasar el río tanteando la piedras” y “Crear nidos para atraer las aves”. El pasar el río tanteando las piedras les dio flexibilidad para realizar los cambios, normando sobre la base de la experiencia y no como hacemos aquí que primero “hacemos el traje legal y reglamentario” sin conocer el proceso y después nos extrañamos que las cosas no funcionan.
En cuanto al segundo principio, es más interesante todavía porque, una vez definido el interés regional o local de desarrollo, se invierte en infraestructura, comunicaciones, servicios básicos, educación y formación de personal, y se estimulan con ventajas crediticias y fiscales para que se puedan realizar encadenamientos; este estímulo es para todos, no solo para los extranjeros. Esto contrasta con nuestro sistema de “zonas francas” donde se dan ventajas fiscales a los extranjeros, pero los nacionales que deben encadenarse al sistema productivo para activar la economía y el empleo quedan fuera de estas ventajas y tampoco se prepara adecuadamente a la mano de obra como si el factor humano no fuera determinante para el desarrollo. De tal forma que en Guanacaste la inversión extranjera ha provocado efectivamente crecimiento económico, pero no desarrollo de su población que sigue manteniendo tasas de pobreza y exclusión importantes.
Esta falta de visión del conjunto de factores que definen el desarrollo de las regiones parten de una especie de un dogma neoliberal reduccionista que le atribuye un poder determinante sobre el desarrollo a la inversión extranjera y es importante dejar claro que esto no es así. A diferencia de la experiencia de Guanacaste, en la Fortuna de San Carlos, sin capital extranjero pero con capital humano y alfabetización empresarial, la población local supo aprovechar la oportunidad del turismo.
Estas aclaraciones son importantes porque, si le ponemos atención y estudiamos a fondo la experiencia china, podemos extraer conclusiones muy útiles para el desarrollo nacional y regional, de tal manera que podamos diferenciar las estrategias y no aplicar soluciones talla única.