Fraternidad. De las tres ideas –Libertad, igualdad y fraternidad– que desde la Revolución Francesa de 1789 conmovieran al mundo, la fraternidad fue la hermana menor, la palabra acallada, la más ignorada. De la libertad y la igualdad oímos todo el tiempo. Han forjado la historia de los últimos dos siglos, a veces con sudor y muchas veces con fuego. En nombre de la libertad se construyó el sistema económico que mueve al mundo, fincado sobre la creencia de que las personas son autónomas y que su creatividad florece cuando el poder político no interfiere. En nombre de la igualdad se asentó la idea de que todas las personas, sin distingo de ningún tipo, deben tener condiciones sociales dignas para vivir. En nombre de ambas, según el caso, se reflotó una vieja y arcana idea que algunos griegos antiguos habían concebido y que hace tres siglos penaba moribunda: la democracia y su extraña prédica de que las personas comunes y silvestres son la fuente de la autoridad legítima.
Una vez pronunciadas, la libertad y la igualdad se trenzaron en una lucha sin fin como si en el mundo solo cupiese una de las dos. Hombres y mujeres de un solo ojo utilizaron el poder para acabar con quienes pensaban distinto. Ya en plena Revolución Francesa, Carlota Corday exclamó “Libertad, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!” En nombre de la igualdad se cometieron crímenes masivos, como atestiguan las experiencias del socialismo soviético. Con la fraternidad en silencio, sus hermanas perdieron la capacidad de convivir en paz, de entender que la vida social ganaba con un cierto equilibrio entre ambas.
La fraternidad involucra la idea de que las personas desconocidas deben tratarse digna y decentemente; más aún, deben ayudar a los demás porque por encima de cualquier diferencia tienen en común algo superior: su humanidad. ¡Qué difícil! ¿Cómo lograrlo en la práctica? Una versión impostora, el nacionalismo, suplantó la fraternidad con una idea recortada: somos hermanos solo a quienes cobija una misma bandera. En su nombre se descuartizaron pueblos enteros. Pienso que, en ocasiones, hay pueblos que hacen gestos fraternos: la abolición del Ejército por Costa Rica encaja bien dentro de una filosofía de fraternidad internacional. Lo que hacemos cada vez menos, sin embargo, es tratarnos fraternamente entre nosotros.
Escribo sobre la fraternidad desde un lugar donde el horizonte es infinito y muy distinto a nuestro paisaje, siempre recortado por montañas.
Cae la tarde mientras unos tractores hormiguean al fondo y el mundo es muy ancho. En plena Semana Santa, me pregunto: ¿por qué acallamos la fraternidad? Quizá porque su nombre no se presta para atacar a los demás.